Por: Antero Flores – Aráoz // La vocación de renunciar

Bien podría cambiarse el título de esta columna, por el de INEXISTENTE VOCACIÓN DE RENUNCIA, ya que nuestros altos funcionarios públicos, cuando cometen errores garrafales y también no tan graves, lejos de renunciar se “enmarrocan” en los cargos y no los mueve ni siquiera una convención de santos, arcángeles, ángeles y coros celestiales.

Estamos ya hastiados de ver “metidas de pata” tanto en acciones como en omisiones de altísimos funcionarios públicos, pero aún más en desatinadas, diría que hasta erráticas declaraciones ante todo el país a través de la prensa, que son tan absurdas e inconmensurablemente escandalosas que ameritarían renuncia al cargo, sin embargo, están atornillados a él. No doy ejemplos porque los conocemos en amplitud.

Antiguamente observábamos que cuando un alto funcionario cometía algún grave error, no era ni siquiera necesario llamarlo al orden, se ruborizaba de vergüenza y presentaba su renuncia al cargo. No era que hiciese algún arrumaco solapado expresando que ponía el cargo a disposición, lo que en buena cuenta era como decían antaño los observadores políticos “quitar la nalga a la jeringa”. Renunciaban en una, al toque, e irrevocablemente para que ni siquiera existiese la posibilidad de que la renuncia no fuese aceptada. Además, lo hacían rápidamente sin ser remolones, a la espera que el escándalo decreciese en intensidad y fuere olvidado por la ciudadanía. Pues no señor, la renuncia era inmediata, directa y expresaba real pesar por el error cometido.

El lector dirá y con razón ¿qué bicho le ha picado al columnista para redactar el presente artículo? La verdad es que no me ha picado ningún bicho, sino que hemos sido testigos, como todo el país, de dos hechos importantes, uno de suyo gravísimo como fue la fuga de un delincuente del penal de Lurigancho, y el otro la renuncia a la jefatura del INPE de Federico Javier Llaque.

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Hace unos días fugó del establecimiento carcelario de Lurigancho, el delincuente de origen venezolano, recluido en dicho penal, llamado “John Kennedy Javier Sebastián (John F. Kennedy, debe estar retorciéndose en su sepultura por el uso de su nombre). Se supone que es un penal con adecuadas medidas de seguridad, internas y externas, que está en la capital de la República y dentro de centro urbano, pese a todo lo cual se fugó. ¡Escándalo superlativo!

Ésa fue la mala noticia, pero luego vino la buena, y ella fue que con inmediatez y sin remilgos, pese a no tener responsabilidad directa en los hechos, la renuncia de Federico Javier Llaque a la presidencia del Consejo Nacional Penitenciario, en buena cuenta la jefatura del Instituto Nacional Penitenciario (INPE) que tiene a su cargo las cárceles del Perú. La renuncia también fue aceptada rápidamente mediante la Resolución Suprema N° 077-2005-JUS el 23 de abril pasado, con lo cual se zanjó la situación y se demostró que aún hay gente que tiene sangre en la cara y actúa con dignidad. Por si acaso ni siquiera el autor de esta columna conoce al renunciante que tuvo lo que en el argot taurino llaman “vergüenza torera”.

 

 

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