El Perú es crucial: ¿cuáles son sus equilibrios peculiares?

Se escribirán varios libros sobre nuestro país y el momento histórico que vive, tanto en lo económico como en lo político. Con luces y sombras, el país está tan cerca de dar el salto hacia el desarrollo definitivo como de caer al abismo. Eso es lo que hace interesante a este entrañable nación: fascinante, contradictoria, mística, exultante, cristiana y conservadora. Con más de 5,000 años de historia —cuando ningún país de Sudamérica existía, ya Caral y el Virú eran ciudades—, no hay términos medios con el antiguo “Reino del Perú”: se es frío o caliente. Los tibios están condenados a la intrascendencia.

Por eso, llamarse “de centro” en la política peruana es un certificado de inocuidad, un boleto al olvido, a ser parte de la nada misma. Y si no, pregúntenles a los caviares, progres o globalistas: nunca han ganado una elección, siempre metiéndose por la ventana, por la puerta falsa, reptando cual víboras en las esquinas mohosas del papá Estado para vivir de nuestros impuestos.

Nada tiene una lógica comprensible para quien observa al Perú desde fuera. Es un país con una clase política mediocre, comprometida solo con intereses personales o de grupos económicos; con varios expresidentes en prisión por corrupción; con una delincuencia galopante; y muchas de sus instituciones infectadas por el virus de la mediocridad. Pero al mismo tiempo, posee otras instituciones con niveles de profesionalismo comparables a los del primer mundo.

Este es el primer extraño equilibrio: cómo la economía se mantiene separada de la caótica política. “Cuerdas separadas”, le dicen. En un mismo país conviven un BCR (Banco Central de Reserva) impecable, que ha consolidado la fortaleza de nuestra moneda —el sol—, una inflación controlada (alrededor del 2.5 % anual), y una macroeconomía que proyecta un crecimiento del 3.9 % anual, cifras que son la envidia de Hispanoamérica. Todo esto, mientras instituciones como el Poder Judicial o la Fiscalía de la Nación se encuentran en decadencia. Urge reformarlas para garantizar justicia al inversor, tanto interno como externo, y a todos los que sufrimos y gozamos este Perú de todas las sangres.

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¿Y si el gran equilibrio del Perú es tener una macroeconomía del primer mundo y una población sumida en la informalidad? La informalidad bordea el 70 %. Tengamos algo claro: el tesoro más preciado del Perú es la capacidad del peruano para trabajar, para no bajar los brazos, y su profundo desprecio por el regalo o la dádiva. Quizás por eso, las políticas progresistas/socialistas —que sí funcionan en países vecinos— como el subsidio, el regalito o la manipulación política disfrazada de ayuda social, aquí fracasan, pues solo perpetúan la pobreza.

El proceso de formalización de ese 70 % de peruanos informales deberá darse de manera natural, para no romper ese proverbial equilibrio. El mismo crecimiento económico del país los irá asimilando. La elección del 2026 será clave: así como estamos muy cerca del desarrollo definitivo, también estamos peligrosamente cerca de caer nuevamente en las cloacas del subdesarrollo.

La reforma profunda del Estado no puede volver a postergarse. Nuestro país no resistirá otro disfuncional Pedro Castillo ni una inefable Dina Boluarte. Equivocarnos otra vez podría significar que ese cáncer zurdo —el progresismo— reine, y ese reinado durará muchos años. De eso saben bien los venezolanos, nicaragüenses, bolivianos y cubanos.

(*) Analista internacional

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