Por Edward Luce, editor en Estados Unidos para el Financial Times
Despidan a los guionistas: América, temporada 7 se esta saliendo de control. Aunque Elon Musk logre hacer las paces con Donald Trump, la ruptura entre el hombre más rico del mundo y el más poderoso es dificl de revertir. No se puede pedir el juicio político de Trump, lanzar insinuaciones sobre su vínculo con el fallecido pedófilo Jeffrey Epstein, atribuirse por completo su victoria electoral y luego actuar como si nada.
Trump es notoriamene susceptible. Si uno toma a Musk al pie de la letra, el origen del conflicto sería el enorme —pero nada hermoso— presupuesto republicano, al que el magnate calificó como una “abominación repugnante”. Pero para entender el conflicto, la psicología es una mejor lente que la filosofía fiscal. Como ironizó el comediante Stephen Colbert: “Empiezo a preocuparme de que dos megalómanos narcisistas, incapaces de ver valor en otros seres humanos, tengan dificultades para hacerse amigos”.
Musk claramente cree que puede perjudicar a Trump. Pero es el expresidente quien tiene casi todas las cartas. Si quisiera destruir las empresas de Musk, podría hacerlo. Todas dependen, en alguna medida, del gobierno federal: ya sea por aprobaciones regulatorias, contratos o ventajas competitivas. Gran parte de la fortuna de Musk proviene de su participación en Tesla, cuyas acciones aún se transan a más de 100 veces sus utilidades. Si Trump bloqueara la aprobación del sistema de conducción totalmente autónoma, podría golpear duramente a la empresa. Y ojo con Jeff Bezos, que estaría aprovechando la oportunidad para acercarse a Trump. Blue Origin, su firma espacial, es el único competidor real de SpaceX, la otra gran fuente de riqueza de Musk.
La verdadera razón del distanciamiento, entonces, poco tiene que ver con el déficit fiscal. Ciertamente, la “gran y hermosa ley” de Trump debió de haber sido una humillación para Musk, quien había prometido generar US$ 2 billones en ahorros fiscales con su llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), solo para ver al presidente sumar más que eso al déficit. “¿Fue todo una farsa?”, preguntó Trump a sus asesores sobre el equipo de Musk. La pregunta, claro, fue retórica. En realidad, lo que más molesta al empresario es que el presupuesto eliminaría los créditos tributarios para vehículos eléctricos, lo que dejaría aún más debilitada a Tesla. También sigue furioso por la creciente cercanía de Trump con Sam Altman, CEO de OpenAI, con quien Musk rompió relaciones hace años. Que “Scam Altman” —como lo llama— estuviera programado para aparecer junto a Trump en un evento en Abu Dabi cruzó una línea roja para Musk. Si bien logró impedir esa aparición pública, no pudo frenar el acuerdo de datos en inteligencia artificial que ambos estaban por anunciar en el Golfo. “Stargate UAE”, al igual que “Stargate USA” revelado en enero, posiciona a OpenAI como el favorito de Trump en ese sector en expansión. El competidor de Musk, xAI, quedó fuera. Esta semana, además, la Casa Blanca retiró abruptamente la nominación de Jared Isaacman, amigo de Musk, como nuevo jefe de la NASA.
En resumen, Musk ha sobreestimado gravemente su poder de influencia. No sabemos si su supuesto consumo de ketamina ha jugado algún rol —la llamada “K-hole” por sobredosis puede inducir delirios paranoides—, pero lo cierto es que Musk no necesita sustancias para mostrar signos de narcisismo. Imaginen el rostro de Jack Nicholson en El resplandor asomándose sobre ese inmenso hotel vacío en las Montañas Rocosas. Ahora imaginen el rostro de Musk sobre el Capitolio mientras intenta aplastar la legislación insignia de Trump con unos cuantos posteos en redes sociales. El plutócrata más poderoso del mundo ha perdido el contacto con la realidad. Acusó a Trump de desagradecido por no recompensarlo tras haber aportado casi US$ 300 millones a su campaña. Pero las empresas de Musk han recibido US$ 38 mil millones en subsidios y contratos federales a lo largo de los años. Su forma de retribuir fue atakar al gobierno con una motosierra. Eso sí es ingratitud.