De amigos fugaces a enemigos irreconciliables
La relación entre Elon Musk —el hombre más rico del mundo y CEO de Tesla y SpaceX— y Donald Trump —47.º presidente de los Estados Unidos— es un claro ejemplo de cómo los vínculos políticos construidos sobre intereses circunstanciales están destinados a romperse. Lo que comenzó como una alianza estratégica de conveniencia, terminó en un enfrentamiento público que amenaza con escalar hasta niveles insospechados.
Amistad efímera
La breve amistad entre ambos duró apenas cinco meses. Durante ese lapso, Musk respaldó financieramente la campaña republicana con una donación de 300 millones de dólares, motivado en parte por su profundo rechazo a la cultura «woke» y al progresismo dominante en Silicon Valley. Su apoyo fue clave en un momento decisivo de la contienda electoral, y tras la victoria de Trump —aún más reforzada tras sobrevivir a un intento de asesinato—, Musk fue figura central en una ambiciosa agenda de reforma estatal.
Objetivos claros
El objetivo era claro: reducir el tamaño del Estado, equilibrar el presupuesto federal y eliminar lo que ambos consideraban un sistema hipertrofiado. Para ello se creó el DOGE (Department of Government Efficiency), una iniciativa destinada a recortar el gasto público. Pero Musk pronto se encontró con una realidad inamovible: hay tres pilares del gasto en los Estados Unidos que ningún presidente puede tocar sin provocar un terremoto político y social —el presupuesto militar, las pensiones y los programas de salud como Medicare.
Tensiones crecientes
Las tensiones comenzaron a escalar cuando Musk, frustrado por la resistencia interna y sus roces con figuras clave del gabinete —como el secretario de Estado, Marco Rubio, y el secretario del Tesoro—, decidió abandonar el gobierno. Lo que pareció en su momento una salida diplomática, pronto reveló su verdadero trasfondo.
El quiebre definitivo
El punto de quiebre definitivo llegó con la promulgación de la nueva ley fiscal impulsada por Trump, a la que presentó como una “obra maestra” para restaurar el equilibrio económico del país. Musk la calificó, sin rodeos, como una “abominación repugnante”. ¿La razón? La eliminación de los subsidios a la compra de autos eléctricos —aproximadamente 7.000 dólares por unidad—, un golpe directo a Tesla, cuya dependencia de esos incentivos representa alrededor de 2.000 millones de dólares anuales.
Rubicón cruzado
Hasta ese momento, aún había margen para una reconciliación. Pero Musk cruzó el Rubicón al afirmar públicamente que Trump formaba parte de la red de contactos de Jeffrey Epstein y que había visitado su isla privada en varias ocasiones. La acusación es demoledora. Desde entonces, cualquier posibilidad de restablecer la relación quedó descartada.
Respuestas amenazantes
Trump ha respondido con una amenaza directa: todos los contratos federales con empresas vinculadas a Musk —valorados en más de 20.000 millones de dólares— serán revisados. Nadie duda de que el presidente hará valer su poder para cobrar venganza.
Ofrecimientos desde Moscú
Mientras tanto, desde Moscú se han emitido ofrecimientos velados de asilo a Musk —mezcla de broma y advertencia—, y en Pekín, Xi Jinping observa la situación con una sonrisa apenas perceptible.
Consecuencias globales
Elon Musk pasó cinco meses en las entrañas del poder. La información a la que tuvo acceso no es un detalle menor. Su enfrentamiento con Trump podría tener consecuencias globales. Lo del asilo, al parecer, no es una idea tan descabellada. Si estuviera en su lugar… yo también me lo pensaría.
(*) Analista internacional