Los puquios de los antiguos habitantes de los áridos valles de Nazca llevaban agua a sus cultivos, principalmente maíz, frejoles, calabazas y algodón. No obstante, estos ingeniosos acueductos subterráneos no pudieron salvarlos de una combinación implacable de sequías y lluvias torrenciales de sucesivos El Niño que golpearon la región de Nazca por un período de casi 100 años (550–650 dC). Algunos investigadores señalan la tala indiscriminada de los bosques de huarango como la principal razón de la debacle nazqueña y se reconose que el clima fue un factor igual de importante en la caída de esta cultura hacia el año 800 dC.
Mientras tanto, los estudios arqueológicos de Moseley y Ortloff en la costa norte del Perú sugieren que un mega fenómeno de El Niño, combinado con períodos de sequía prolongada entre 563-594 dC y otro evento intenso hacia el 650 dC, arruinaron el delicado equilibrio ecológico que sustentaba la vida de los Mochicas. Las inundaciones destruyeron sus canales de irrigación y arrasaron sus campos de maíz, mientras que las sequías posteriores limitaron la disponibilidad de agua para su avanzada agricultura. La cultura Mochica, que había alcanzado su apogeo entre los siglos IV y VI dC, nunca pudo recuperarse de estos eventos climáticos.
La caída de las civilizaciones Mochica y Nazca, pilares de nuestro legado prehispánico, nos advierte que el cambio climático puede quebrar hasta las sociedades más resilientes. Hace poco, un estudio del Climate Impact Lab, publicado en la revista Nature, proyectó un futuro alarmante para la agricultura global, con rendimientos de cultivos esenciales como la papa y el maíz, que caen debido al aumento de temperaturas junto a eventos climáticos extremos. En el Perú, uno de los países más vulnerables al cambio climático, esta advertencia nos debe resonar con urgencia, aunque paradójicamente nos ofrece también la oportunidad de aprender de nuestro pasado.
El Perú es un mosaico muy particular de ecosistemas, desde los glaciares andinos por encima de los 4800 metros sobre el nivel del mar hasta la exuberante vegetación de la Amazonía a 80-100 msnm. Sin embargo, esta riqueza de ecosistemas es muy frágil. Según el INAIGEM, en los últimos 58 años, el Perú ha perdido el 56% de la cobertura glaciar del país.
El estudio publicado en Nature predice que por cada grado Celsius adicional en la temperatura global promedio, los alimentos disponibles para el consumo disminuirán en aproximadamente 120 calorías por persona por día; un 4% de la recomendada ingesta diaria. Esta disminución podría agravar la inseguridad alimentaria, especialmente en los países de bajos ingresos. El Perú, donde 4.7 millones (2021) dependen de la agricultura, y donde la pobreza extrema rural alcanza, según el PNUD, el 15.5% (2024), con picos de 89% en Lares y 83% en Omacha (distritos de Cusco), estas pérdidas amenazan con agravar la desigualdad y empujar a miles hacia la migración climática.
El colapso de las culturas Nazca y Mochica ilustran nuestra vulnerabilidad pasada ante los cambios climáticos. Sin embargo, hoy enfrentamos riesgos similares. Así, por ejemplo, El Niño Costero del 2017 causó pérdidas por USD 3100 millones en infraestructura, viviendas y cultivos. Las regiones más afectadas fueron Tumbes, Piura, Lambayeque, La Libertad y Áncash. En estas zonas, solo las pérdidas en la producción agropecuaria se estimaron en alrededor de 2100 millones de soles, según datos de Conveagro.
Un caso digno de estudio es el espárrago, la primera estrella del boom agroexportador peruano, por su particular sensibilidad ante los eventos climáticos; estos lo han mantenido estancado durante los últimos siete años. Así, en 2024 se exportaron aproximadamente 118 mil toneladas por un valor de USD 484 millones; 8% menos en volumen y 4% menos en valor comparado con los datos del 2023.
No obstante, el pasado también nos enseña resiliencia. Las comunidades indígenas, herederas de los Nazca y Mochica, han preservado prácticas como las qochas, lagunas artificiales que capturan agua, y la rotación de cultivos para proteger los suelos. En Puno, los agricultores aymaras cultivan quinua en condiciones áridas, mostrando que el conocimiento ancestral puede ser una defensa contra el cambio climático. El estudio de Nature señala que, ante la amenaza del calentamiento global, la adaptación es clave, aunque limitada por recursos económicos. Aquí radica nuestra oportunidad: combinar este saber con la innovación moderna. Tecnologías como el riego por goteo, sensores de humedad de bajo costo y variedades resistentes al calor pueden escalar estas soluciones, pero requieren de inversión pública y privada. En el desarrollo de nuevas variedades, ninguna de las tecnologías del arsenal científico debería ser vetada. Sencillamente no nos podemos dar ese lujo.
El Perú no debe repetir la suerte de los Nazca y Mochica. Con decisión política podemos liderar en agricultura climáticamente resiliente, aprovechando nuestra gran agrobiodiversidad –con más de 4 mil variedades de papa y 3 mil de quinua– y nuestra milenaria experiencia frente al cambio climático. El Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático es un paso en la dirección correcta, pero necesita más financiamiento. A nivel de investigación agrícola deberíamos invertir mucho más en la preparación de recursos humanos especializados, así como en nuevos centros de investigación.
(*) Biólogo Molecular de Plantas y Profesor de la Universidad Peruana Cayetano Heredia
(**) Biólogo Molecular y Congresista de la República