Por: Bruno de Ayala Bellido Palestina e Irán: la verdad incómoda (Parte 3)

Occidente, cuna de las democracias liberales, del pensamiento ilustrado y del respeto a la dignidad humana, atraviesa hoy una crisis profunda: ha perdido su capacidad de distinguir entre el bien y el mal, entre la civilización y la barbarie. En nombre de una mal entendida neutralidad, gobiernos, organizaciones internacionales y medios de comunicación repiten discursos vacíos, condenan a “ambas partes”, y eluden señalar al verdadero responsable del conflicto: un régimen como el de Irán que financia el terror, niega el Holocausto, aplasta a su propio pueblo y amenaza con borrar del mapa a un Estado miembro de la ONU.

Lo que debería hacer Occidente no es ni diplomáticamente complejo ni moralmente ambiguo. Solo requiere coraje. El primer paso es abandonar la hipocresía. No se puede defender los derechos de las mujeres y al mismo tiempo tenderle la mano a un régimen que apedrea mujeres por “adulterio” y encarcela niñas por no usar el velo. No se puede izar la bandera del orgullo LGTB y sentarse a negociar con líderes que consideran la homosexualidad un crimen digno de horca. No se puede hablar de paz mientras se financia —por omisión o por debilidad— a quienes veneran la guerra santa y la destrucción del otro como dogma.

El segundo paso es actuar. Occidente debe implementar sanciones reales, efectivas, dirigidas a estrangular el aparato financiero que sostiene el terrorismo iraní. No basta con bloquear un par de bancos; hay que golpear a las redes de testaferros, empresas fachadas, narcotráfico y minería ilegal que canalizan recursos hacia Hezbollah, Hamas y demás grupos títeres de Teherán. América Latina, tristemente, se ha convertido en un campo de operaciones encubiertas para estos tentáculos; ignorarlo es suicida.

El tercer paso es el aislamiento diplomático. Irán no debe tener lugar en foros internacionales, mucho menos en instancias de derechos humanos. Su régimen debe ser tratado como lo que es: un estado paria. La comunidad internacional lo hizo con el apartheid sudafricano. Lo hizo con la Libia de Gaddafi. ¿Por que no hacerlo con Irán?

El cuarto paso —y quizas el más importante— es apoyar, sin miedo ni matices, a quienes dentro de Irán luchan por la libertad. Hay una juventud iraní valiente, moderna, conectada al mundo, que está harta de vivir en una cárcel religiosa. Ellos son la verdadera esperanza. No los teócratas con turbante, ni los burócratas europeos que les sirven de interlocutores para “negociar” lo que nunca debió permitirse: el desarrollo de armas nucleares.

Finalmente, Occidente debe entender que Israel no es solo una nación más en el concierto internacional. Es la única democracia real en Medio Oriente. Es un Estado moderno, científico, inclusivo, que, con todos sus defectos, representa el muro de contención ante la barbarie. Defender a Israel no es una posición política, es un imperativo moral. Porque si cae Israel, lo que viene después no es la paz: es el silencio de las mujeres, el miedo de los homosexuales, la sumisión religiosa obligatoria y el aplauso de los verdugos.

Occidente aún tiene tiempo. Pero no tiene derecho a equivocarse otra vez.

(*) Analista internacional

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