El interés científico por la microbiota intestinal ha crecido exponencialmente en las últimas décadas.
Se estima que el cuerpo humano alberga más de 100 billones de microorganismos, en su mayoría localizados en el tracto gastrointestinal. Esta comunidad compleja y dinámica cumple funciones esenciales en la regulación inmunológica, la integridad de la barrera epitelial, y la defensa frente a agentes infecciosos. El equilibrio de esta microbiota es fundamental no solo para la salud digestiva, sino también para la estabilidad del sistema inmune y, por extensión, de múltiples órganos y sistemas.
Cuando esta armonía microbiana se ve alterada
—ya sea por infecciones, uso de antibióticos, mala alimentación o estrés— pueden desencadenarse respuestas inmunes desreguladas que favorecen la aparición de enfermedades autoinmunes. Una de las más representativas por su gravedad e imprevisibilidad es el síndrome de Guillain-Barré (SGB): una polineuropatía aguda de origen autoinmune que puede provocar parálisis muscular progresiva, insuficiencia respiratoria e incluso la muerte.
La ciencia ha demostrado
que hasta un 70% de los casos de SGB están precedidos por infecciones gastrointestinales, siendo Campylobacter jejuni el patógeno más frecuentemente asociado. Este microorganismo induce una respuesta inmunitaria cruzada que ataca al sistema nervioso periférico del huésped al desencadenar una reacción autoinmune por mimetismo molecular. Los lipooligosacáridos de su membrana imitan gangliósidos humanos presentes en el sistema nervioso, induciendo la producción de anticuerpos que atacan las neuronas periféricas. Esta respuesta inmunitaria desregulada es la base del SGB. Así, la prevención de dichas infecciones adquiere un valor estratégico en salud pública.
En este contexto, los probióticos
—microorganismos vivos que, administrados en cantidades adecuadas, confieren beneficios a la salud— se postulan como una herramienta prometedora. No solo por su capacidad de inhibir la colonización por bacterias patógenas, sino también por su potencial para modular el sistema inmunológico y restaurar el equilibrio intestinal.
Hoy en día con los diversos avances en metagenómica
se pueden identificar microbios aliados del sistema digestivo e incluirlos en alimentos como el yogur enriquecido con bacterias que cumplen diversas funciones podrían desempeñar un papel protector contra una de las enfermedades neurológicas más enigmáticas y devastadoras del siglo XXI. En esta guerra invisible, los microbios no solo pueden ser enemigo sino también pueden ser nuestros mejores defensores.
Diversos estudios han demostrado
que cepas como Lactobacillus lactis, Lactobacillus fermentum, Lactobacillus reuteri, Lactococcus acidophilus, Akkermancia muciniphila, Alistipes indistinctus son microorganismos de suma importancia para mantener el sistema inmune saludable y un sistema digestivo protegido de patógenos como Campylobacter jejuni vinculado al SGB y otras enfermedades neurológicas y autoinmunes.
Actividad de las cepas probióticas mencionadas:
– Lactobacillus lactis (más correctamente Lactococcus lactis)
Produce bacteriocinas (como nisina) que inhiben patógenos.
Estimula la inmunidad de mucosa intestinal
Tiene efecto preventivo indirecto al mantener un ambiente intestinal competitivo.
– Lactobacillus fermentum
Produce ácido láctico y peróxido de hidrógeno, lo que inhibe bacterias como Campylobacter.
Tiene capacidad de adherirse al epitelio intestinal, desplazando patógenos.
– Lactobacillus reuteri
Produce reuterina, un potente antimicrobiano natural.
Estudios han mostrado que reduce la carga de Campylobacter y Helicobacter en modelos animales.
Es una de las cepas más efectivas en la inhibición directa de patógenos intestinales.
– Lactobacillus acidophilus
Promueve equilibrio intestinal.
Inhibe patógenos mediante producción de ácido láctico y bacteriocinas.
Fortalece la barrera intestinal y reduce la inflamación.
– Akkermansia muciniphila
No es un lactobacilo, pero es una bacteria comensal muy beneficiosa.
Mejora la integridad del epitelio intestinal y modula la inflamación.
Su presencia reduce la probabilidad de que bacterias invasoras como Campylobacter penetren la mucosa.
– Alistipes indistinctus
Producción de metabolitos como los ácidos grasos de cadena corta el acetato y propionato, que ayudan al metabolismo intestinal y la función inmunológica de la barrera intestinal.
Modulación del eje intestino-cerebro, influyendo en la síntesis de neurotransmisores y comportamiento.
Competencia con bacterias patógenas, ayudando al equilibrio microbiano.
Metabolismo acelerado de carbohidratos evitando la diabetes.
Son bacterias anaerobias estrictas por lo que es imposible encontrarlos en el YOGURT.
Es importante destacar que resulta prácticamente imposible encontrar un yogur comercial que contenga simultáneamente todas las cepas beneficiosas de Lactobacillus mencionadas. Lograrlo requiere el cultivo de estas bacterias en un laboratorio altamente especializado, bajo condiciones rigurosamente controladas de atmósfera, temperatura, pH y medios selectivos. Solo así es posible preservar su viabilidad y funcionalidad en el producto final. En este contexto, el laboratorio de investigación de FARVET, ubicado en Chincha, Perú, cuenta con un importante cepario de bacterias probióticas de interés clínico y nutricional. Estas cepas están siendo incorporadas a nuestro yogur, no solo para hacerlo más saludable, sino con el objetivo de mejorar significativamente la calidad de vida mediante el equilibrio de la microbiota intestinal y la prevención de enfermedades.
Numerosas investigaciones han demostrado que el desequilibrio de la microbiota —conocido como disbiosis— está relacionado con enfermedades como el síndrome metabólico, diabetes tipo 2, obesidad, colitis, enfermedades autoinmunes como el SGB e incluso trastornos neuropsiquiátricos como ansiedad y depresión. Es importante señalar que el consumo habitual de licor, alimentos ultra procesados con preservantes químicos, antibióticos innecesarios y la exposición diaria a contaminantes ambientales destruyen gran parte de la flora benéfica.
Mantener una microbiota intestinal equilibrada impide que bacterias nocivas como Campylobacter jejuni, Helicobacter pylori, Salmonella entérica y Escherichia coli logren colonizar el sistema digestivo. Estas bacterias patógenas están asociadas con enfermedades graves como gastroenteritis, úlceras gástricas, infecciones sistémicas, diarreas crónicas e incluso cáncer gástrico. Los probióticos compiten con ellas por espacio y nutrientes, refuerzan la barrera intestinal y estimulan la producción de compuestos antimicrobianos naturales, actuando como una defensa biológica efectiva y sostenible.
Al final, no somos seres aislados; somos un ecosistema viviente, donde billones de microorganismos conviven con nosotros en una armonía silenciosa, pero vital. La salud del ser humano no depende solo de medicamentos o cirugías, sino de pequeñas decisiones diarias que alimentan o destruyen ese equilibrio interno que la naturaleza tardó millones de años en construir. Cuidar nuestra microbiota no es solo proteger el intestino: es proteger nuestra mente, nuestro sistema inmunológico, nuestra energía vital.
En un mundo cada vez más invadido por lo artificial, los tóxicos y el estrés, recuperar esa conexión microbiana es, en esencia, volver a nuestra raíz más primitiva y sabia. Preservar y nutrir nuestra flora intestinal es, sin exagerar, un acto de amor propio… y de supervivencia humana.
(*) MV, MSC, PhD h.c.