El lunes 7 de julio algunos amigos se despideron en privado del excanciller José Antonio García Belaunde. Al día siguiente, los militantes de la estrella organizaron un conversatorio sobre el primer gobierno de Alan García a 40 años de la efemérides.
¿Cómo se explica esa bipolaridad entre pasado y futuro? ¿Por qué un partido que tiene dos gobiernos en su historia, uno pésimo y uno notable, decide conmemorar el primero? La respuesta es inevitablemente partidaria, casi de cenáculo. “En los últimos 40 años, no hay otro partido que, tras terminar su gobiern, haya tenido 22% en las siguientes elecciones”, dice un militante. Quizás sea el paternalismo estatista del peruano. Tal vez la nostalgia del tarjetazo. O la nostalgia a secas. Porque, en la misma semana, el APRA ha conmemorado la Revolución de Trujillo (7 de julio de 1932) y la firma de la Constitución del 79 (12 de julio): temas de palpitante actualidad. Medio en broma y medio en serio, un aprista me dice que el APRA ha dejado de ser un partido de masas para convertirse en un partido de misas.
No es solo un problema aprista. Basta con ver cómo Acción Popular acaba de celebrar sus 69 años (7 de julio) entre bustos oxidados y fotos amarillas. Y ni qué decir del PPC y la izquierda.
Si nuestros partidos históricos quieren sobrevivir, deben hablar del futuro, del actual espacio-tiempo histórico. El mejor homenaje al líder es pensar como él. Como Belaunde, Bedoya y Haya, que se adelantaron décadas con la Marginal de la Selva, la Vía Expresa y la verdadera reforma agraria (no la de Velasco), respectivamente.
Un homenaje aprista a ‘Joselo’ sería la excusa para hablar del triunfo sobre Chile en el histórico fallo de La Haya, el APEC, los TLC, la Alianza del Pacífico y el Tren Bioceánico que han firmado China y Brasil, y que planteó Alan en 2008.
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