El tren de Porky Aníbal Quiroga León

La “Teoría del Cangrejo” dice que si se pone en un balde dos cangrejos, ninguno podrá salir porque uno jalará al otro impidiéndoselo por su nivel obtuso, falto de criterio e intelijencia, fracasando en el intento. Algo así ocurre consuetudinariamente en el Perú porque desde siempre cualquier obra por realizarse por unos soportará la inevitable oposición de otros que tirarán para atrás, como los cangrejos.

En los años 70 la visión de quien quizás fue el mejor alcalde de Lima, Luis Bedoya, dio inicio a los trabajos de la Vía Expresa, en lo que fuera el Paseo de la República. La oposición cangreja criticó el proyecto llamándole despectivamente “el zanjón”, mote que la ciudadanía adoptó con valor propio para una autopista que ha servido a la capital por 50 años, pese a no estar terminada, pues debería concluir con su interconexión con la Panamericana Sur.

Otro alcalde, Chachi Dibós, modernizó y puso en valor la Costa Verde, inmenso paseo litoral que reconcilió a Lima con el mar, con espigones que forman ahora sus playas. Sus cangrejos también intentaron detenerlo.

Años después hizo Larcomar, emblemático local en Miraflores en sus acantilados respetando el Parque Salazar. Sitio privilegiado para el turismo. También los cangrejos tiraron para atrás con vigilias y marchas. Hoy es una obra de arquitectura que la ciudad muestra orgullosa.

Han aparecido unos cangrejos exaltados cuestionando al alcalde de Lima por haber conseguido —a pulso— trenes de segunda mano pero de alta calidad. Han sido regalados en muy buena condición, no han costado un céntimo y, con mantenimiento, van a caminar por vías centenarias que están subutilizadas porque solo pasa por ahí, de cuando en cuando, el tren con minerales hacia el centro. Nos miramos el ombligo con el costo de su transporte a Lima olvidando la donación recibida. Típico en el cangrejo.

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No recordamos que la autopista hacia el centro solo tiene 10 kilómetros y que después la Carretera Central es un caos. Olvidamos el sufrimiento de la gente para transportarse a lugares tan cercanos como Chosica, Chaclacayo o Ricardo Palma. Estamos acostumbrados a movilizarnos atiborrados, con informalidad e inseguridad. A los cangrejos no les importa.

Los trenes ya discurren por la vía férrea. Necesitan la autorización del MTC y del concesionario. Más temprano que tarde estarán en camino y funcionando. Entonces los cangrejos callarán su grito. Son trenes absolutamente utilizables en un país pobre donde solo cunde la ubérrima informalidad y el espíritu cainita. Faltan aún paraderos, vías altas o a desnivel que faciliten su discurrir por los actuales rieles en una ruta subvaluada en el transporte multimodal. Los cangrejos quisieran que no se haga nada y que sigamos 40 años más con el infernal tráfico de la Carretera Central.

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