Por: Luis De Stefano Beltrán, PhD (*) y Ernesto Bustamante, PhD (**) Creencias de lujo

Las personas suelen anunciar su pertenencia a la élite de una sociedad luciendo sus bienes materiales. Así lo señaló Thorstein Veblen en “La teoría de la clase ociosa” (1899): los símbolos del estatus social debían ser costosos y difíciles de conseguir. Los contemporáneos de Veblen exhibían su estatus con ropa fina y costosa para cada ocasión o participando en actividades que consumían mucho tiempo, como el golf o la caza recreativa.

A fines del siglo XX, ya las cosas habían cambiado significativamente. Gracias a la producción masiva, muchos bienes, antes de lujo, eran ya más asequibles (incluyendo las imitaciones de marca); por ello, los miembros de las élites necesitaban otras formas más sutíles de comunicar su estatus. Mostrar bienes materiales es para el pasado. De moda es exhibir determinadas creencias, incluyendo un vocabulario sofisticado o sencillamente extraño. Así, un típico miembro de la clase trabajadora tendrá muchas dificultades para explicar lo que significa heteropatriarcado o cisgénero. Cuando alguien usa la frase ‘apropiación cultural’ o ‘interseccionalidad’ lo que realmente está diciendo es que tiene conceptos de lujo.

En 2019, el psicólogo Rob Henderson acuñó el concepto de ‘creencias de lujo’. Para Henderson estas son las ideas o las opiniones que otorgan estatus social a las clases privilegiadas con poco o ningún costo personal para ellas, pero que frecuentemente imponen altos costos para las clases marginadas. La adopción de estas creencias funciona como señales de estatus, tal como los bienes de lujo lo hacían en el pasado; casi como una estrategia de adaptación a los nuevos tiempos.

Henderson combina su propia experiencia de vida con un análisis sociológico en el que sistematiza el concepto de ‘creencias de lujo’ en una exposición más completa y personal, integrándolo con temas de desigualdad, movilidad social y cultura. Algunas de estas creencias, en el contexto estadounidense, incluyen desfinanciar o abolir la policía, la descriminalización de las drogas, la idea que el éxito no depende del esfuerzo personal sino de los contactos sociales, el rechazo a la familia tradicional y a la monogamia, y la oposición al discurso crítico contra la obesidad.

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Para Henderson, la creencia de lujo más personal es aquella que afirma que la familia tradicional, el matrimonio o la monogamia no son importantes o que los hijos tienen las mismas probabilidades de prosperar en cualquiera de las nuevas estructuras familiares. En 1960, el porcentaje de niños en EEUU que vivían con ambos padres biológicos era idéntico en las familias adineradas y en la clase trabajadora: el 95 %. Casi 50 años después, en 2005, el 85 % de las familias adineradas seguían intactas; pero para las familias de la clase trabajadora este indicador se había desplomado al 30 %. Ciertamente, las élites con sus acciones contradicen sus creencias de lujo. A pesar de sus creencias frente a la familia tradicional, el matrimonio y la monogamia, ellas son las que más afirman que no son importantes. El problema es que su mensaje, a la luz de los datos, se extendió al resto de la sociedad.

La pregunta de si en el Perú tenemos también creencias de lujo es ciertamente relevante: la respuesta es que sí las tenemos. Un primer ejemplo es el apoyo a la migración masiva e indiscriminada como acto de ‘solidaridad global’. En los distritos limeños privilegiados, algunos intelectuales y ciertas élites (incluyendo algunos que pretenden estar allí) defienden políticas de fronteras abiertas para migrantes venezolanos (más de 1.6 millones en Perú), argumentando valores humanitarios y con un énfasis especial en la diversidad cultural. Sin embargo, esto impone costos en barrios populares al haber tensiones sociales, mayor competencia laboral para empleos informales y una mayor sobrecarga de los servicios de salud y educativos. Las élites, con acceso a empleos calificados y seguridad privada, no viven estas consecuencias, pero acumulan puntos como ‘progresistas’.

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Un segundo ejemplo es la romantización e idealización de la sostenibilidad ambiental extrema, como el satanizar sin tapujos la minería -informal y hasta la que es formal- que afecta el medio ambiente o el promover transiciones ecológicas rápidas. Las élites limeñas o cusqueñas, con acceso a productos ‘eco’ importados, adoptan estas ideas para proyectar conciencia global.

Un tercer ejemplo es el rechazo a la ‘cultura del esfuerzo individual’ en favor de ‘suerte y privilegios estructurales’. En círculos académicos y entre los miembros de élites, se hace cada vez más popular la idea de que el éxito se obtiene solo por conexiones personales o por tener el privilegio blanco/criollo, minimizando así el esfuerzo personal. Esto puede sonar muy progresista o hasta de una humildad virtuosa, pero desmotiva a los jóvenes de las clases emergentes en provincias, donde la creencia en el esfuerzo personal sí se correlaciona con su movilidad social.

Estos ejemplos destacan el cómo es que las creencias de lujo se entrelazan en el Perú con temas locales como la desigualdad regional, la informalidad económica y la creciente polarización política post 2021. Ciertamente hay algunos contrapuntos: así, algunos afirman que criticar la minería informal no implica abolirla, o que los socialistas ricos buscan una genuina equidad pues enfatizan la necesidad de regular la migración, pero sin xenofobia.

El concepto de creencias de lujo ha llegado para quedarse. Abre el debate e invita a evaluar las opiniones por sus efectos reales, antes que por su atractivo moral o hasta estético.

(*) Biólogo Molecular de Plantas y Profesor de la Universidad Peruana Cayetano Heredia.

(**) Biólogo Molecular y Congresista de la República.

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