Fueron días de intensos debates sobre cuán cooptadas podían estar las Fuerzas Armadas chilenas por el crimen organizado. Poco antes, el 3 de julio, se había sabido de cinco funcionarios de la Fach que habían intentado transportar desde Iquique cuatro kilos de ketamina -la droga en la que se ha especializado el temible Tren de Aragua- en un vuelo institucional. Antes, el 20 de junio, se había descubierto a seis integrantes del Ejército que, desde su unidad militar en el norte, cerca de la frontera, cargaban 192 kilos de cocaína y pasta base en sus propios vehículos con rumbo a Santiago. En un lapso de 12 meses, habían hecho al menos 17 viajes similares.
En su columna dominical, el 12 de julio, el periodista Daniel Matamala tocó el tema en un texto que tituló Narcomilitares: el caso cero. Allí nombraba al penalista Francisco Cox, quien conoce bien cómo el crimen organizado puede introducirse en las instituciones del Estado: estuvo durante una década mirando de cerca el funcionamiento de los carteles mexicanos, convocado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA para investigar el caso de la desaparición de 43 jóvenes en Ayotzinapa, en 2014, tras ser atacados por policías municipales. Matamala califica a Cox como “un agorero de un futuro oscuro”, “un aguafiestas”. Pero eso está lejos de ser una crítica. Se refiere a que hace años el abogado viene hablando de lo que ahora a todos nos espanta: cómo bandas criminales pueden hacer que grupos militares se cambien de orilla.
Cox, sin embargo, no se pronunció en esos días. No fue por falta de ganas, en todo caso. Estaba por trabajo en Uganda, ya que desde 2015 representa en La Haya a 2.600 víctimas de la guerrilla cruel que por dos décadas azotó a esa nación africana. De regreso a Chile, esta semana sí se conectó con el tema. Y recibió a DF MAS una mañana temprano, en una oficina pequeña que en uno de sus muros tiene enmarcada una bandera mexicana con agradecidas dedicatorias de los padres de esos jóvenes de Ayotzinapa, que pese a los esfuerzos y a la larga búsqueda aún no recuperan los cuerpos de sus hijos.
– ¿Te has sentido así como Matamala te describe?
– O sea, vengo diciendo lo que pasa cuando se expone a las Fuerzas Armadas a ser contaminadas por el crimen organizado no porque yo sea particularmente inteligente ni visionario, sino por mi experiencia de investigar carteles en México. Lo he dicho en distintas oportunidades: a veces siento que vengo del futuro, porque México puede ser nuestro futuro, el lugar al que podemos llegar si no tomamos los resguardos.
El riesgo
– Asumo que los dos hechos que se han hecho públicos, uno en el Ejército, el otro en la Fach, no te sorprendieron…
– Eran muy esperables. Creo que un dato muy decidor de lo esperable que eran es que ambos ocurren en la frontera, que es donde se puede producir el contacto criminológico. Si uno mira la experiencia comparada, así ocurrió con los Zeta en México. De ser una fuerza militar especial pasan a ser la guardia privada del jefe del Cartel del Golfo. Y ese contacto se produce en los bares, en las discotecas, en prostíbulos, en la calle. En el contacto cotidiano. Se pensaba que esta gente sumamente preparada era impermeable a un contagio criminológico como ese, pero los hechos demuestran que no.
Agrega: “Y fue a partir de ahí que se produce una escalada en el narco mexicano; son los Zetas los primeros en realizar actos muy violentos, en dejar mensajes como cuerpos colgando. Lo he dicho: la estrategia de cooptación del espacio de control territorial es una estrategia militar, y esa visión es la que traspasan al narco. Luego, el resto copia. Yo estuve ahí, vi lo que hicieron, vi cómo la desesperación genera más violencia y un crimen organizado más sofisticado, con más tácticas, más estrategia, más poder de fuego. Si ponemos a las Fuerzas Armadas en contacto con el crimen organizado, se van a contaminar.
“La estrategia de cooptación del espacio de control territorial es una estrategia militar, y esa visión es la que traspasan al narco”.
– ¿Es un riesgo inevitable?
– Es un riesgo bastante inevitable. Por eso desde el principio hay que hacer un levantamiento de riesgos y ver cómo los controlo, cómo los evito. Establecer protocolos en ese sentido. Eso deben hacerlo las Fuerzas Armadas y también Carabineros, pues recordemos el antecedente de Meiggs, donde funcionarios policiales cobraban extorsión a empresarios chinos. Si tú ves la experiencia no sólo de México, sino que en todas partes donde metes fuerza, debes tener una capacidad de fiscalización y de súper vigilancia sobre esos funcionarios, porque toda esa capacitación que les ha dado el Estado después se pasa al crimen organizado.
– ¿Ese trabajo de levantar riesgos no se hizo en estos dos casos actuales?
– No sabemos si se habían establecido los riesgos de tener gente actuando en esa zona. Hay que reconocer sí una buena noticia en el caso del Ejército: sus propias fuerzas de asuntos internos se dan cuenta de la situación, por lo tanto tienen inteligencia y la capacidad de detectar algo así. Sí me preocupa lo de la Fach, cuyo instinto primero es dejar esto en casa y no pasar la información al Ministerio Público. Esas defensas corporativas y esa lógica de barrer para adentro me parece muy preocupante y muy lamentable. Afortunadamente se resolvió.
– ¿No lo estamos haciendo bien, entonces?
– Veía antes y veo ahora también que estamos cometiendo todos los errores de México.
– Eso no suena alentador… ¿A qué errores te refieres?, ¿a la militarización de la seguridad pública o de las fronteras, por ejemplo?
– Sí, totalmente.
– ¿Fue un error la decisión, en febrero de 2023, de llevar las FFAA a la frontera del norte?
– De partida me parece que, por esta capacitación especial que tienen las Fuerzas Armadas, es riesgoso. Puede tener un poco más de sentido lo de la frontera por un tema de seguridad nacional y acorde a su rol, pero se implementó pésimamente. Aquí no hubo fiscalización, controles mínimos en lo que era, insisto, algo muy predecible.
– Concretamente, ¿qué hacer para disminuir los riesgos?
– Primero, levantar los riesgos posibles, ser consciente de ellos y ponerlos como foco importante del desarrollo operativo de las Fuerzas Armadas y Carabineros. Luego, buscar mecanismos para controlarlos; potenciar todos los departamentos de asuntos internos en todas las instituciones, incluyendo también Ministerio Público y municipios, entre otras. Fiscalizar y revisar periódica y aleatoriamente las comunicaciones, los traspasos, el nivel de vida que muestran las personas que integran estas instituciones. Ese tipo de fiscalización es fundamental. Siempre digo que he echado de menos tanto en los entes persecutores como en las autoridades el poco foco que hay en eso. Toda la gente que sabe algo de crimen organizado te dice, justamente, que el crimen organizado no avanza si no hay funcionarios públicos coludidos, si no está cooptado el Estado.
“Toda la gente que sabe algo de crimen organizado te dice, justamente, que el crimen organizado no avanza si no hay funcionarios públicos coludidos, si no está cooptado el Estado”.
El territorio
Francisco Cox es crítico también con las iniciativas que buscan llevar a las Fuerzas Armadas a cumplir un rol de seguridad pública en los distintos barrios, tal como lo hacen los policías. “Nuevamente es exponerlas a que sean contaminadas por el crimen organizado”, dice. En los territorios, agrega, ya existe una especie de primera línea en la que se infiltran estas bandas delictuales. “El crimen organizado lo primero que coopta allí son las municipalidades, las comisarías, las instituciones en contacto cotidiano con las personas”. Y recuerda que siempre el objetivo último de estos grupos delictuales es ser dueños de las zonas donde operan.
“Recuerdo cuando se propuso convertir en policía a los guardias municipales. Eso hubiese sido un error brutal. Se contuvo ese ímpetu, pero puede que siga ya que de vez en cuando se escucha a personas volver a plantearlo. En Ayotzinapa hice una radiografía de cómo funciona el crimen organizado, es un caso muy ilustrativo: la policía municipal, coludida con el narcotráfico, como parte de sus labores detiene a las personas; y luego se las pasa a los sicarios que hicieron el encargo. Ese primer eslabón es muy crítico también. Por eso, esa idea en Chile hubiese sido un error”, asegura.
– En la lucha contra el crimen organizado en los territorios, has dicho que hay que ser cuidadosos en mirar muy optimistas una baja en los homicidios. ¿Qué más se debe sopesar?
– Los homicidios son los que se llevan los titulares, pero muchas veces la baja de homicidios significa que uno de los dos grupos que estaba disputando ese territorio lo ganó y por eso se genera la paz. Los delitos que son más decidores de control territorial son la extorsión y el secuestro.
– En el territorio, dices, ya hay una primera línea de instituciones expuesta a la cooptación del crimen. ¿Las FFAA tienen ahí un riesgo aún mayor?
– El riesgo es similar, creo; el problema en su caso es que tienen un pensamiento estratégico, táctico, una fuerza en sus armas, preparación especial. Y perdona que vuelva a Ayotzinapa, pero cuando allá se detiene a estos 43 muchachos, se genera violencia, se producen anillos de seguridad y de inmediato se cierra la ciudad para que no salieran. Esa lógica militar de territorio es algo muy propio de las Fuerzas Armadas. Un policía municipal no tiene la capacidad para implementar eso. Entonces, cuando metes ahí al Ejército, toda esa capacitación, toda esa enseñanza estratégica que tienen, la expones y se la regalas al crimen organizado. Le das acceso a un mundo que de otra manera no tendría. Por eso, repito, los Zetas fueron tan exitosos, porque eran militares.
La preocupación
– Los dos casos recientes, ¿son sólo la punta del iceberg?
– Me falta información para afirmar eso. Necesitamos saber más de la dotación en la zona, el nivel de estructura interna, la representación que tienen estas personas en la dotación total, qué contactos tienen. Una de las cosas que yo aprendí de las transcripciones de WhatsApp del crimen organizado en México, es lo fácil que corrompen. Recuerdo un intercambio entre ellos, entre una persona en Ayotzinapa y alguien que estaba en Chicago, que es de donde operan los jefes. El primero le informa que llegó el jefe nuevo militar de la zona y que es “a toda madre”, o sea muy buena onda. Que el viernes tienen un asado y van a llevarle sopa de cangrejo, que nosotros interpretamos como dinero. Entonces ese tipo de cooptación es relativamente fácil y rápida en México. No digo que en Chile estemos en esta situación, no lo sé.
– Pero sí deberíamos preocuparnos, ¿no?
– Es preocupante, sin duda. En ese sentido, yo esperaría que la clase política procese esta información de manera adecuada, que no empiece con disputas partidarias pequeñas. Que no haga declaraciones para matinales ni pensando en la próxima elección, que piense en algo un poco más sofisticado que decir: “entonces traigo metralletas”, porque esas metralletas van a terminar al otro lado. Uno esperaría que la clase política tome esto y diga “aquí hay una señal de alerta”; que no se compre la idea de que estas son sólo unas manzanas podridas, una cosa excepcional. Estamos hablando de una situación de contagio cotidiano, en una frontera donde hay un contexto que lo facilita. Si vas a mandar gente ahí, tienes que tomar resguardos.
– Se ha hablado de que los cuerpos militares deberían ir rotando en esa función, no establecerlos allí sin plazo.
– Sí, aunque eso requiere disponer del personal para hacerlo. Y otra cosa que se necesita es que haya una memoria institucional de ese lugar más allá de las personas destinadas ahí. O sea, que el conocimiento que va adquiriendo un funcionario que está en ese territorio se traspase a la institución y no se quede sólo en esa persona.
– Considerando el estado actual de las cosas, ¿podemos revertir lo que está pasando o nuestro mejor escenario sería que no avance?
– Es muy difícil revertir cuando ya el crimen organizado está adentro. E insisto que sigo sin ver una mirada al respecto. Diría que el único que le tomó el peso seriamente a esto fue el ministro Luis Cordero. Pero eché de menos al fiscal nacional y a mucha gente que hablara del tema y pusiera bien el foco no sólo en el crimen organizado, sino en la cooptación de funcionarios públicos. Respecto de tu pregunta, lo que habría que hacer es contener, desincentivar; ya que revertir no es fácil.
– Varios columnistas, además de Matamala, hablaron del tema en la prensa. Max Colodro lo calificó como “el cuadro pavoroso”. ¿Coincides?
– El tema es preocupante, pero yo no soy muy bueno para el adjetivo. Debido a mi formación en derechos humanos, creo que la información es mucho más importante que el adjetivo. Entonces no sé si comparto lo que citas, porque en mi horizonte de capacidades no está adjetivizar tanto.
– Ascanio Cavallo, por su parte, escribió: “Se ha declarado una guerra”.
– Creo que ese lenguaje de guerra es muy inadecuado, cuando justamente el problema que hablamos es la militarización. Eso lo instala Nixon, es el primero que empieza con la guerra… y vemos lo mal que les ha ido en esa lógica. Probablemente una columna mía sería mucho más aburrida, porque no tendría adjetivos. La cosa ingeniosilla de comparar con guerra me parece que es muy peligrosa. Y es justamente lo que lo que nos tiene acá.
– El exoficial de Carabineros y experto en el tema, Pablo Zeballos, dijo en su columna: “De los primeros casos a la penetración sistemática del crimen organizado en instituciones policiales, especialmente en las FFAA, puede ser un paso sorprendentemente rápido”.
– Así es. Y vuelvo a insistir en que creo que nuestra clase política no va a tomar nota correctamente. Van a seguir pidiendo a los militares, porque dicen que son distintos, que estos casos son manzanas podridas y todo eso. Cuando en seis años más esté el consenso de que efectivamente ya está cooptado el Ejército o a quienes manden, van a llamar a la Marina, porque creen que ahí van a ser menos incorruptiblen por una cosa de clase. Así fue en México.
– ¿Y cómo le fue a México con la Marina?
– Mal. La Marina empezó a hacer lo mismo y terminó igual.