Liderar el cambio sin perderse en el intento

“Ningún hombre puede pisar dos veces el mismo río, por que no es el mismo río y él no es el mismo hombre”

La antigua frase de Heráclito nos recuerda una verdad incomoda pero inevitable: todo cambia. En el mundo organizacional, esta premisa es cada vez más evidente. Nuevas tecnologías, rediseños organizacionales, procesos de transformación cultural y las nuevas formas de trabajar, se han vuelto parte del día a día. Adaptarse ya no es una opción; es una exigencia del negocio.

En este contexto, muchas organizaciones buscan líderes capaces de conducir estos procesos.

Esta designación, que puede parecer un reconocimiento a la trayectoria o a las competencias, suele estar cargada de expectativas colectivas que exceden el rol formal. Se espera que esa persona sea el ancla, brújula y fuerza que guíe a otros. Y ahí aparece la primera trampa.

El deseo de satisfacer las necesidades del entorno puede volverse una gran vulnerabilidad. Quedamos atrapados en “la causa”, olvidando que liderar es, ante todo, una experiencia personal. Si dejamos de mirar hacia adentro -de preguntarnos qué nos mueve, qué límites debemos cuidar- podemos terminar desgastados, aislados o atrapados en un personaje.

En la antigua Roma, los emperadores tenían a su lado a un hombre que les recordaba su mortalidad: memento mori (recuerda que eres mortal), evitando así que la arrogancia y el orgullo nublaran su juicio. Hoy, cuando asumimos el liderazgo de un cambio profundo, también necesitamos esa voz cercana que nos recuerde que somos vulnerables, que no lo sabemos todo, y que no debemos caer en el rol del guerrero solitario. Si lo hacemos, no solo el equipo evade su propio desafío (adaptarse), sino que nosotros quedamos atrapados en la prisión del ego y la dependecia.

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Al ofrente, los equipos también transitan su tensión. Porque el cambio, incluso el más necesario, genera resistencia. No porque las personas sean difíciles, sino porque cambiar implica perder certezas, vínculos de confianza o incluso identidad profesional. Detrás de cada nuevo proceso hay alguien preguntándose: “¿Dónde quedo yo en todo esto?”

Gestionar el cambio no es solo aplicar estrategias, KPI o comunicados. Es también gestionar emociones. Miedo, ansiedad, duelo, esperanza… todo convive durante una transición. Ignorar esa dimensión humana es condenar el proceso al fracaso silencioso. Porque las personas no cambian por decreto: cambian cuando confían, comprenden y sienten que también son parte.

Como el río de Heráclito, una organización que cambia no vuelve a ser la misma. Pero tampoco quienes la habitan. El verdadero desafío no es solo lograr el cambio, sino atravesarlo sin perder lo que somos en el intento.

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