Es el título que escogió Joaquín Santaella para el libro que dedicó a la hospitalidad peruana. Porque, más que a cuerpo de rey, —dijo— “Me trataron a cuerpo de virrey”.
Agradezco su intención. Agradezco su definición del Perú, “ese país donde se escribe bien, porque se habla muy bien”. Pero el título elegido despide un claro sabor huachafo. Seguro que el autor me entiende. Y perdona.
Quiso el azar que compaginara su lectura con el último libro de Vargas Llosa: “Le dedico mi silencio”. Algún huachafo hubo que asoció el título a su ruptura sentimental con Isabel Preysler.
¿A qué viene tanto recurso al adjetivo “huachafo”?
Le dedico mi silencio trata de la música criolla y de la cultura de lo huachafo. En ambas podría estar, según VLl, la clave de una identidad peruana unificadora e igualitaria.
De “huachafo” me gusta su sonoridad y expresividad. Huachafo no es sinónimo de cursi. Que, como dice VLl, es “distorsión del gusto”. Es “una forma propia y distinta —peruana— de ser refinado y elegante”.
Hay huachafos, según VLl, en la literatura peruana. Vallejo en algún rato lo fue. Coincide con Borges a quien “miliciano de huesos fidedignos” le pareció una metáfora exagerada. O sea, huachafa.
La misma nota es predicable del libro de Santaella. Sin embargo, le reprocho que definiera a la limeña desde una óptica terriblemente clasista. Se detiene en el relato de unas diferencias que me sorprenden. Porque si existen, habría que denunciarlas, y no agasajarlas.
Vargas Llosa, que conoció profundamente el Perú y que desde cada una de sus novelas buscó la clave de la igualdad, persiguió una idea unificadora de lo peruano. Y en lo huachafo, con cariño y algo de humor, puede estar la clave. Según el.