Esta es la filosofía que gobierna a los peruanos. La ley, el respeto, la civilidad son conceptos ajenos a los peruanos y, ¿cómo no?, a la gran mayoría de autoridades.
¿Por qué enciendes tus luces de emergencia y te estacionas en una avenida o calle bloqueando un carril completo? La mayoría de los conductores: porque me da la gana.
¿Por qué te pasas la luz roja o cruzas la calle por la mitad? Porque me da la gana.
¿Por qué te saltas la cola o interrumpes la atención de otro cuando no es tu turno? Porque me da la gana.
¿Por qué agredes al policía que hace su trabajo? El infractor, sus familiares o amigos: porque me da la gana.
¿Por qué no acatas una ley, decisión judicial o resolución administrativa (lo estamos viendo en la lucha por hacerse de la Fiscalía)? Porque me da la gana.
¿Por qué explotas ilegalmente recursos naturales, asesinando personas, maltratando el ambiente, evadiendo impuestos y prostituyendo gente? Porque me da la gana.
¿Por qué invades terrenos públicos, lotizas las calles y espacios públicos para tus fines privados? Porque me da la gana.
¿Por qué no respondes y explicas tus actos, o declaras ante la prensa (¿Dina?)? Porque me da la gana.
¿Por qué te quejas de los que producen y pagan impuestos cuando tú holgazaneas? Porque me da la gana.
¿Por qué promueves normas mercantilistas que favorecen a pocos? Porque me da la gana.
¿Por qué recortas los sueldos de tus asesores, contratas a personal no capacitado, te apropias de gastos de representación cuando no haces representación alguna, no asistes a los plenos, votas sobre leyes que ni siquiera has leido, o no sancionas a tus pares cuando se les descubre una fechoría? Porque me da la gana. Soy congresista.
¿Y todavía nos preguntamos por qué somos una nación fallida? Pues porque nos da la gana de serlo.
Los ejemplos son infinitos y la razón una sola: no hay ley para todos, no hay sanción. Que el país se mueva, mayoritariamente, en la absoluta informalidad no es el síntoma, es la consecuencia de la ausencia de la ley.
La principal función de todo Estado es cumplir y hacer cumplir la ley, de modo que se plasme el que todos somos iguales ante ella. Solo lo somos ante la ley —por más que le duela a la izquierda— y esta no distingue ni debe hacerlo entre unos y otros, como hoy pasa.
Donde más falla el Estado es en administrar justicia. Somos testigos de cómo dos bandos gangrenados se pelean, cual hienas insaciables, por ese cadáver putrefacto que es la Fiscalía (convertida en un instrumento de control político y no de defensa de la legalidad); mientras nuestro “impoluto” Poder Judicial sigue en su eterna siesta, el Congreso de farra y el Ejecutivo ausente, de viaje.