Soy consciente de que este tema ha sido muy mencionado en el debate público, así como de lo reiterativo que he sido en columnas previas en este medio. Sin embargo, el inesperado aumento de aranceles al cobre por parte de EEUU genera, nuevamente, la necesidad de insistir en los crecientes desafíos que enfrentamos para volver a crecer.
Planteo este tema por varias razones. Para comenzar, este anuncio nos muestra, sin lugar a dudas, cuán frágil es el entorno macroeconómico actual, que, en cuestión de segundos, puede volcarse de forma significativa. Basta recordar que hace solo algunas semanas había un relativo consenso en que el conjunto de aranceles anunciados por las autoridades de EEUU no resultaba particularmente desfavorable para Chile. Sin embargo, el anuncio de un aumento desde 0% a 50% en el arancel al cobre genera un vuelco completo a la posición de nuestro país, tanto en términos absolutos como relativos. Esta vulnerabilidad que presenta el entorno macro no hace más que mostrarnos que el crecimiento económico está muy lejos de estar garantizado.
Este shock negativo ocurre en un contexto marcado por el mal desempeño de la economía. Una nota reciente del FMI muestra que países más desarrollados, al momento de tener nuestro nivel de ingreso, crecían 2,9% de promedio.
También planteo este tema, ya que he visto con preocupación algunas conclusiones (prematuras en mi opinión), que de alguna manera han relativizado el impacto de esta medida en la economía chilena, arguyendo que en el corto plazo no habría efectos significativos o incluso que la diversificación en los destinos de las exportaciones podría atenuar consecuencias. Sobre ello, no hay espacios para lecturas ambiguas ni relativas: sin matices, esto es una mala noticia para Chile. Si bien podemos discutir sobre el tiempo en el cual los efectos serán visibles, o incluso cómo algunos efectos indirectos podrían compensar parcialmente el shock, es indiscutible que un encarecimiento de nuestro principal producto de exportación, en procesos de producción, es contractivo. Debemos ser aún más cautos en este tipo de conclusiones, dadas las indiscutibles tentaciones cortoplacistas que son propias en un año electoral.
Este shock negativo ocurre en un contexto marcado por el mal desempeño que ha tenido la economía. En una nota reciente realizada por el FMI -Chile puede crecer más rápido – pero no será como en los 1990s nuevamente- se muestra que países más desarrollados, al momento de tener nuestro nivel de ingreso, crecían a un promedio de 2,9%, es decir, casi un 50% por sobre nuestro promedio desde 2014. La buena noticia es que en esa nota se mencionan como factores a trabajar algunos donde hay un amplio consenso, como son los sistemas de permisos y licencias, rigideces del mercado laboral y productividad, entre otros. Así, el deterioro del escenario externo, de no mediar cambios relevantes a nivel local, nos llevará a crecer menos de 2% en el muy corto plazo. Con todo, no tenemos holguras para dilatar algo que dejó de ser una preocupación, sino más bien una urgencia nacional.