Juan Ignacio Brito
Resulta legítimo que el Presidente Gabriel Boric censure a Israel por su conducta en la Franja de Gaza, condenada por distintos países y organismos debido a la ferocidad con que lleva adelante la ofensiv Pa contra Hamás en el enclave palestino. Es perfectamente válido que escoja liderar una política exterior basada en principios.
Sin embargo, el problema es que el mandatario debería reconocer que él no lo ha hecho. Según sostuvo en su Cuenta Pública, “Chile es un país respetado en el escenario internacional y lo es por su larga y coherente tradición, solo interrumpida durante la dictadura, de defensa de la democracia, los derechos humanos y el derecho internacional, de cuya construcción hemos sido partícipes”.
“Es perfectamente válido que el Presidente escoja liderar una política exterior basada en principios. El problema es que él debería reconocer que no lo ha hecho. Una rápida mirada a la realidad pone en aprietos su versión”.
Pero una rápida mirada a la realidad pone en aprietos esa versión. Hace apenas un par de semanas, un sonriente Boric se fotografiaba en Beinjng con Xi Jinping, el jerarca chino. Es la cuarta ocasión que se reúnen y esta vez Boric viajó acompañado por una nutrida delegación oficial. Pese a que el Gobierno chino ha incumplido el compromiso de mantener libertades civiles en Hong Kong, controla el acceso a la información pública, envía a disidentes a campos de reeducación, y ha sido acusado por la ONU de cometer toda clase de abusos y torturas contra la población en la región autónoma de Xinjiang, el Presidente Boric no ha anunciado –como sí lo hizo con Israel– su intención de buscar diversidad y dejar de depender del intercambio con China, nuestro principal socio comercial. Ha realizado, más bien, todo lo contrario.
Algo parecido podría decirse de su reciente visita de Estado a la India, un país cuyo primer ministro, Narendra Modi, es acusado en múltiples foros de corroer la institucionalidad democrática y castigar a la minoría musulmana. O con su invitación al socialista Pedro Sánchez a co-liderar una “Cumbre por la democracia” que se desarrollaría en Santiago este año. El Presidente del Gobierno español está vinculado a innumerables casos de corrupción. Para qué hablar del continuo silencio de Boric respecto de Cuba, la dictadura preferida de sus aliados en el Partido Comunista.
Pese a todo lo anterior, el Presidente chileno aseguró el domingo –como ha dicho también en otras ocasiones– que “no aceptamos empates ni elegir entre barbaries”. Queda claro, no obstante, que una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace en la práctica.
Resulta tentador envolverse en una oratoria puramente principista al definir la política exterior. Los hechos, en cambio, demuestran que es muy difícil ser verdaderamente coherente y consistente en esta materia. Más todavía para un país sin gran influencia como Chile.
En lugar de declarar para el bronce y defraudar en la práctica, parece más recomendable renunciar a la grandilocuencia y limitar el alcance de la política exterior a la defensa de un bien definido interés nacional. Esto no significa, por supuesto, actuar con crudo cinismo, sino ponderar con prudencia, realismo y astucia aquello que más conviene en cada ocasión, de acuerdo con los principios y la utilidad material.
La política exterior debería hacer a Chile predecible y respetado en la arena internacional, de manera que todos sepan con quién están tratando. Enarbolar elevados principios y luego ser selectivo en su aplicación es lo opuesto a eso. Sugiere que, más que valores, lo que guía al país son los gustos, la ideología y el oportunismo del sector que gobierna y el mandatario de turno. Y eso es justo lo contrario de una política exterior confiable.