Este 28 de julio tenemos razones para celebrar con orgullo la peruanidad, para inflar el pecho y sentir amor por nuestra cocina poderosa, mestiza y dueña de los productos más ricos y diversos del continente; porque por segunda vez un restaurante peruano, Maido, como antes Central, logra ocupar el primer lugar en el mundo. Porque tenemos cocineros como ‘Micha’, Virgilio o Gastón.
Porque somos el destino gastronómico más importante de este lado de la tierra. Porque nuestra sazón y nuestra mano son reconocidas en todas partes. Y no solamente nuestra gastronomía, también nuestros productos de agroexportación: hoy mismo, diez de nuestros maravillosos productos, ocupan los primeros lugares en el mundo, hasta nuestra mandarina y nuestra pitahaya están ahora entre las principales y más solicitadas en los mercados internacionales.
El 2025 es un año decisivo: Cómo consolidar la continuidad democrática.
Ayudar a sostener la democracia en el Perú de estos días es un reto difícil de encarar. Ni siquiera sabemos cuántos peruanos se encuentran verdaderamente comprometidos con el sistema democrático, cuánto lo aprecian, cuánto entienden sus oportunidades, si están dispuestos a respetar sus reglas y qué están dispuestos a dejar en el camino para defenderlo.
Durante mi vida he escuchado hablar con entusiasmo, pasión y fe del retorno del Perú a la democracia en dos oportunidades —algunos de nuestros lectores probablemente han vivido esa experiencia una y otra vez más— la nuestra es, al fin y al cabo, una patria tierna, joven, lamentablente adolescente y la estabilidad política no es una característica del temperamento nacional.
La primera vez tenía 15 años, comenzaba el año 1980. Estaba en quinto de secundaria, en mayo habría elecciones. Los militares dejarían el poder después de haber destruido la economía, las enormes posibilidades del campo y la minería, endeudado el país y ahuyentado la inversión extranjera con creces.
La siguiente vez fue a finales de 2000 cuando Alberto Fujimori aprovechó una cumbre en Brunei para pegarse un salto a Tokio, utilizar su nacionalidad japonesa y evadir así, por algún tiempo, la responsabilidad de haber compartido el poder con el siniestro Vladimiro Montesinos durante 10 años. Para entonces era periodista y había investigado algunos de los casos por los que se procesaría después a la dupla presidencial que dejaba el gobierno tomando las de Villadiego.
El 5 de abril de 1992 Alberto Fujimori cerró la ventana democrática que se abrió en julio de 1980 cuando Francisco Morales Bermúdez le devolvió el poder civil a Fernando Belaunde. Y Pedro Castillo pretendió hacer lo propio el 7 de diciembre de 2022 con la puerta que se franqueó en noviembre de 2000 con el gobierno de transición de Valentín Paniagua.
Sin embargo, en ninguno de los dos intervalos los políticos peruanos demostraron verdadera vocación por construir partidos con valores democráticos. Desde mi posición como periodista he observado de todo en manos de los principales encargados de fortalecer la partidocracia y las instituciones democráticas en nuestro país: personalismos, bronca, codicia, envidia, intriga, serrucho, traición, incluso entre hermanos, autoritarismo, corrupción. Y ni qué decir de los afanes por servirse y forrarse antes que priorizar las enormes necesidades de los ciudadanos. Pero, sobre todo, y para desgracia de nuestro país, un menosprecio brutal por la verdad, la ética, las ideas, los proyectos, los programas, los ideales y el futuro.
Como resultado, nos enfrentamos hoy a una situación francamente incierta y dolorosa porque tal indolencia ha permitido que la decepción invada a los electores y el desapego se convierta en pan de cada día.
Esa frivolidad y falta de escrúpulos, ese cinismo con el que han gobernado en componenda, desde la noche del 7 de diciembre de 2022, la vicepresidenta de Castillo y las agrupaciones de izquierda, derecha y el populismo en el Congreso, le ha regalado a los ilegales un empoderamiento sordo y taimado a partir del cual pretenden hacerse del próximo gobierno. Y si eso ocurriera, si su dinero sucio lograra captar la mente de tanto peruano decepcionado, la democracia dejaría de existir en el Perú y el país tardaría demasiados años en volver a hablar del retorno a la vida en libertad.
La ilegalidad se infiltra por todas las rendijas y lo hace porque protege intereses de personas diversas, sin ideologías, a las que no les interesa más que su bolsillo, que se burlan de la propiedad porque no creen en ella hasta que se trata de la suya. Que están dispuestas a cargarse con el medioambiente, contaminar los ríos, atropellar los derechos laborales de los trabajadores, su salud y la de las niñas a las que prostituyen en los campamentos donde extraen oro ilegal o talan madera ilegalmente o trafican con droga o contrabando.
Sostener la democracia que hoy nos alumbra como vela de iglesia de pueblo desolado, preservarla para el futuro nuestro y el de nuestros hijos, garantizarnos una vida en paz, ya no es una tarea de los interesados en la política, la economía o la sociedad. Es un deber de todos y cada uno de los peruanos de bien que anhelan vivir en armonía junto a sus familias. Es un trabajo de todos y solo nos quedan ocho meses para realizarlo.
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