El tapiz como soporte
Javier Barriga lleva más de una década pintando. Sus murales de mujeres con trenzas han ilustrado calles en San Miguel, el barrio Yungay, Providencia y Santiago. Su arte es llamativo y apreciado, y, por eso, su relacion con la reproducción de obra en serie no es nueva.
Ya había hecho impresiones de sus pinturas, buscando una fidelidad absoluta entre el original y su réplica en papel. Pero había algo en ese gesto técnico que no terminaba de convencerlo. “Era algo visto, que a mí me encanta, pero que ya existe. Nosotros queríamos hacer algo nuevo”, explica.
En esa búsqueda de un formato que respetara el alma de la pintura, surgió la idea de los tapices. Una técnica antigua, asociada históricamente a las bellas artes. “Soy un romántico en cuanto a los métodos de fabricación, tengo una gran melancolía con el trabajo manual. El tapiz, por definición, es una reproducción de una pintura. En este caso, son fabricados con hilo de algodón, y el hilo tiene un color. Entonces no es una impresión. La imagen se fabrica con el mismo material”, explica.
Javier Barriga
En su comparación, la impresión parte desde lo digital hacia lo literal. El tapiz, en cambio, nace del material mismo. Y eso, para él, se acerca más a cómo se construye una pintura.
Su primera colección, lanzada hace un par de meses, incluye cinco tapices, hechos a partir de obras creadas entre 2013 y 2024. Barriga los trabajó junto a su hermana, y aunque admite que el proyecto tiene un componente comercial, también lo ve como una investigación artistica. “Había mucha incógnita y eso para mí como artista es un terreno de interés. En lo desconocido es donde encuentro el motivo para seguir”.
Pero hay algo más profundo detrás de este cruce de soportes. El mismo artista que comenzó haciendo murales -esas obras sin dueño, abiertas, instaladas en el cotidiano colectivo- hoy reconoce una transición en su manera de entender el arte. Ya no lo ve exclusivamente desde la lógica museográfica. Barriga habla de madurez. De abrirse a nuevos formatos sin complejos. De desmarcarse del purismo del arte contemporáneo.
“Yo antes me sentía identificado con la figura de un artesano. Pero hoy me siento más identificado con la figura de un diseñador, y el diseñador no tiene que responderle al arte. Si yo quiero hacer un vaso, y vendo mil vasos, nadie me va a preguntar si están seriados, si están firmados, pero son de mi autoría. Esa es la visión que tengo con mi arte”, afirma.
De las calles chilenas a las casas del mundo
Una inquietud similar ha marcado el camino de Trinidad Guzmán, más conocida como Holaleón. Su historia muralista comenzó en 2011 -con clasicos trabajos como el puente de Escuela Militar, el que pintó junto a Constanza Larenas-, y desde entonces no ha parado. “Pasando de los murales, al bordado, a colaboraciones con grandes marcas”, enumera. “Me encanta moverme de un medio a otro y explorar la creatividad constantemente”.
Para ella, llevar el arte al espacio público tiene un poder transformador: “Me fascina y no me deja de sorprender cómo el arte puede impactar de manera positiva en las personas que habitamos esos espacios”.
Esa fascinación, sumada a su curiosidad, fueron lo que la impulsaron a desarrollar su propia línea de productos, los que vende en su sitio web y ferias, y a trabajar con importantes marcas nacionales -como Falabella y Amphora- con las que ha colaborado en distintas colecciones. Ropa, papelería, carteras y productos para la casa llevan su sello: colores, figuras y patrones que son representativos de su arte.
Trinidad Guzmán
En 2020, y de manera inesperada, fue contactada por IKEA. La marca sueca estaba trabajando en la primera colección latinoamericana para el mundo, y querían que Trinidad se sumara a ella. “Además de tener mis productos en esa colección, tuve el honor de ir a presentar la colección a la semana del diseño en Milán”, cuenta.
Parte de la campaña -que concluyó con un lanzamiento oficial en Ciudad de México- incluyó activaciones como pintar un mural en esa misma ciudad y otro en Nueva York, como si fueran un recordatorio de sus inicios. “Hoy he recibido fotos de todas partes del mundo mostrando mis diseños en esos productos: Japón, Irlanda, Corea, España, y más. ¡Incluso personas que compraron cojines con mis diseños para poder hacerse tenidas como shorts y poleras!”, comenta.
Sobre el debate en torno a la comercialización del arte, Trinidad es clara: “Los artistas somos personas profesionales como cualquier otra, con derecho a ejercer sus profesiones como lo hacen todos los profesionales. Es hora de dejar de pensar que porque alguien hace algo que le gusta, no debiera cobrar por ello”.
Formas de llegar a todos
Ambos artistas comparten la convicción de que el arte no debería estar reservado para unos pocos. Ni limitarse a un espacio específico.
Javier lo resume así: “La gracia del arte público es que no tiene dueño. Y la gente desarrolla un sentido de pertenencia que es simbólico, emocional, muy potente. Pero como individuo tengo la necesidad de encontrar una forma de rentabilizar mi trabajo. Y en esa búsqueda, siento que es súper coherente querer explorar diferentes formatos para comercializar tu trabajo”, dice. “Si tengo que llegar al vaso y hacer un vaso bonito, pero que a mí me encante, no voy a tener miedo en hacerlo”.
Trinidad, por su parte, ve el cruce entre arte, diseño y mercado como un espacio fértil: “Siento una gratitud inmensa al ver mis dibujos en tanta variedad de productos y de que sean parte del día a día de tantas personas. Me encanta ver el arte en museos y galerías, y también me fascina ver cómo los nuevos medios y tecnologías han hecho florecer nuevas posibilidades y medios de expresión. Vivir la vida dedicándose al arte o la expresión creativa parecía algo inalcanzable o reservado sólo para unos pocos, pero eso es un mito que ha caído con fuerza demostrando que es posible dedicarse a hacer lo que a uno más le gusta en las áreas que una sueña”, concluye.