Ubicado en Casa O, Cruzas es el tercer concepto del chef Andrés Orellana. Un homenaje a las cocinas regionales del Perú, en un ambiente relajado donde conviven el charquicán de anchoveta, la cumbia, y el agave de Huaraz.
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En un rincón vibrante de Miraflores, donde la esquina de Angamos Oeste con la memoria gastronómica del país se cruzan, el chef Andrés Orellana acaba de abrir las puertas de su más reciente creación: Cruzas. Este restaurante es mucho más que una carta bien pensada; es una travesía culinaria por las cocinas regionales del Perú, un recorrido sonoro que mezcla chicha con salsa, y un manifiesto mestizo que se sirve en plato hondo.
La nueva aventura de Andrés Orellana.
Cruzas es el tercer concepto reunido en Casa O, ese punto de encuentro que ya albergaba a La Niña —el espacio de fine dining— y Curador Wine Bar, su santuario del vino. Ahora, con Cruzas, la propuesta se ensancha para dar voz a esos sabores que alguna vez brillaron en los recetarios familiares de Ferreñafe, Arequipa, Carquín o Huaraz, y que hoy parecen eclipsados por la modernidad o el olvido.
La carta: geografía, historia y sazón
La cocina de Cruzas tiene coordenadas. Cada plato es una cita a una localidad. La causa de Ferreñafe, el picante de cuy como en Huaraz, el almendrado de lengua arequipeño o el sorprendente charquicán de anchoveta, preparado como en el muelle de Carquín, al norte de Lima. Esta no es una reinvención forzada: es resultado de una investigación rigurosa, liderada por el propio Orellana y su equipo, quienes bucearon en recetarios, estudios regionales y memorias orales para dar con sabores casi extintos del paisaje urbano limeño.
El menú se divide en dos ejes. El primero es Regional, con platos que tienen apellido y lugar. El segundo se titula Herencia, una colección de recetas mestizas, populares y ampliamente queridas, aunque de origen difuso: ají de gallina con gallina real, lomo saltado con papas chicharrón, o un chaufa amazónico que destila aroma de selva.
La barra, comandada por Denilson Gaviria, rinde culto a tres destilados peruanos. El pisco, por supuesto, reina con versiones únicas como un samboni reinventado. Pero también hay espacio para destilados de caña de Destilería Andina (Cusco) y agave de Aqará (Huaraz), que dialogan con ingredientes locales como la guinda de Huaura, evocando cocteles clásicos como el Sol y Sombra, servido en vaso largo, como en los veranos de antaño.
La carta de vinos sigue la lógica de los Andes. Cuatro países —Perú, Bolivia, Chile y Argentina— hilvanados no por diplomacia, sino por terroir: viñas en altura, uvas curtidas por el sol de la cordillera.
Lima en el mural, en el plato y en el alma
Al ingresar a Cruzas, un mural impacta con su estética: son acuarelas intervenidas de Pancho Fierro, ícono de la Lima del XIX. Este collage visual conversa con el relato de la carta: una ciudad mestiza, compleja, que ha recibido —desde el Virreinato hasta el “desborde popular”— migraciones, cocinas, costumbres. CRUZAS es, también, un homenaje a esas cocineras del interior —ayacuchanas, cajamarquinas, huancaínas— que, con su talento, reescribieron la historia gastronómica limeña.
Cruzas no es un lugar para comer rápido. Es para sentarse, escuchar, recordar y descubrir. Cada plato tiene algo de historia, de casa, de región. Y cada trago, una ruta de retorno. Andrés Orellana no ha abierto simplemente un nuevo restaurante: ha puesto en escena una forma de volver a conectarnos con lo que somos, desde el fogón.
DATO:
Está en la Av. Angamos Oeste 598, Miraflores.
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