El desafío de las empresas familiares: gestionar el patrimonio financiero… y también el emocional

El reporte financiero familiar es impecable: diversificación de activos, rentabilidades superiores al mercado, estructuras patrimoniales sofisticadas y un patrimonio neto que ha crecido consistentemente durante décadas. Sin embargo, en la última reunión familiar, tres de los cuatro hijos expresaron su deseo de vender su participación en la empresa. Los nietos, herederos de este imperio financiero, apenas conocen la historia de como se construyó, no comparten los valores que lo sustentaron, y ven el patrimonio familiar como una fuente de dividendos, no como un legado a preservar y potenciar.

Esta paradoja ilustra una realidad fundamental pero sistemáticamente ignorada: las empresas familiares más longevas gestionan explícitamente dos tipos de riqueza, y frecuentemente el patrimonio emocional es más determinante para la continuidad que el financiero.

 

La falacia de la optimización financiera

La obsesión con métricas financieras en empresas familiares ha creado una distorsión peligrosa, con un foco exclusivo en el “qué”, es decir en cuánto patrimonio se acumula, sin atención al “por qué” y al “para qué”. A ello se suma una medición unidimensional, en donde el éxito es definido solo por el crecimiento de activos, rentabilidades y diversificación. Y también se da un descuido sistemático del capital social, con una inversión masiva en activos tangibles y una desinversión inconsciente en cohesión familiar. Asimismo, es frecuente la transmisión incompleta, esto es una herencia de recursos que no incluye la herencia de propósito, valores o identidad compartida.

He visto familias inmensamente ricas que se disuelven en la tercera generación y familias de patrimonio modesto que permanecen unidas y prósperas. La diferencia rara vez está en los números.

LEAR  Directoras de Mujeres | Diario Financiero

 

Anatomía del patrimonio emocional

El patrimonio emocional familiar comprende elementos intangibles, pero medibles:

  • Capital narrativo: historia familiar documentada, comprendida y valorada por nuevas generaciones.
  • Sistema de valores compartido: principios que trascienden individuos y guían decisiones transgeneracionales.
  • Rituales y tradiciones: prácticas que refuerzan identidad y pertenencia familiar.
  • Competencias emocionales: habilidades familiares para manejar conflictos, comunicarse efectivamente y tomar decisiones colectivas.
  • Propósito trascendente: visión de impacto que va más allá de la acumulación de riqueza personal.
  • Red de relaciones: capital social que se extiende más allá de la familia inmediata.

Contrario a la creencia popular, el patrimonio emocional puede y debe medirse, a través de:

  • Un índice de participación familiar: esto es el porcentaje de miembros que participan activamente en reuniones, eventos y decisiones familiares.
  • La retención intergeneracional: proporción de cada generación que permanece conectada y comprometida con la visión familiar.
  • La velocidad de resolución de conflictos: tiempo promedio para resolver disputas intrafamiliares sin fragmentación.
  • La transferencia de conocimiento: evaluación formal de cuánto conoce cada generación sobre historia, valores y propósito familiar.
  • Satisfacción multidimensional: Surveys (encuestas) regulares sobre sentido de pertenencia, orgullo familiar y alineación con valores.

Cómo construir el patrimonio emocional

Las familias que logran equilibrar ambas dimensiones implementan prácticas específicas, entre las que se cuentan una inversión sistemática en educación patrimonial, con programas formales para transmitir historia, valores y competencias a nuevas generaciones.

A ello se suman rituales familiares institucionalizados, a través de eventos regulares que refuerzan identidad y crean memorias compartidas (más allá de reuniones comerciales).

Asimismo, llevan adelante una documentación del legado, con la creación formal de narrativas familiares, archivo de decisiones históricas y registro de aprendizajes.

Cuentan, además, con espacios para el desarrollo emocional, que incluyen sesiones de family coaching, mediación preventiva y desarrollo de habilidades relacionales. Y emprenden proyectos de impacto conjunto, con iniciativas filantrópicas o sociales que unen a la familia en torno a propósitos trascendentes.

Invertir en patrimonio emocional genera retornos tangibles, que se reflejan en:

  • Menor rotación familiar: se reduce la presión por liquidar participaciones o abandonar el proyecto familiar.
  • Decisiones más alineadas: mayor facilidad para lograr consensos en decisiones estratégicas complejas.
  • Resiliencia ante crisis: capacidad familiar para mantenerse cohesiva durante adversidades.
  • Ventaja competitiva sostenible: compromiso y perspectiva de largo plazo que ningún competidor puede replicar.
  • Facilidad de transición: procesos sucesorios más fluidos por mayor confianza y comunicación.

Todo lo anterior nos deja algunas preguntas para reflexionar: ¿las nuevas generaciones comprenden y valoran la historia de construcción del patrimonio familiar?, ¿existen espacios regulares para fortalecer vínculos familiares más allá de temas comerciales?, ¿se mide y gestiona explícitamente la satisfacción y compromiso de diferentes generaciones?, ¿los miembros familiares desarrollan competencias para manejar constructivamente conflictos inevitables?

Así, la verdadera sostenibilidad del patrimonio familiar radica en la fortaleza de los lazos emocionales que motivan a cada generación a preservar y potenciar lo heredado.

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