El impacto de la inteligencia artificial en las relaciones humanas

Durante años, la Inteligencia Artificial (IA) fue vista como una herramienta útil para realizar tareas técnicas, procesar grandes volúmenes de datos o mejor la productividad laboral. Hoy, sin embargo, su rol se expande a terrenos antes considerados exclusivamente humanos: los sentimientos, la compañía y las relaciones personales.

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En un mundo donde la soledad se ha convertido en una epidemia silenciosa, aplicaciones como Replika, Anima o Soulmate AI ofrecen compañía emocional personalizada las 24 horas del día. Estas plataformas permiten a los usuarios conversar con “compañeros virtuales” que simulan afecto, compresión y empatía. Algunos incluso llegan a formar vínculos amorosos con sus inteligencias artificiales. Lo que para unos es consuelo, para otros representa una alerta social.

El debate científico sobre la compañía IA

El fenómeno no solo ha captado la atención del público, sino también de la comunidad científica y académica. Un análisis de The New Yorker reveló que, en pruebas a ciegas, modelos como ChatGPT o Claude fueron calificados como más empáticos que médicos reales en ciertas circunstancias. Aunque estos hallazgos abren nuevas posibilidades en el campo de la salud mental, también generan controversia.

“El problema está en el autoengaño”, advierte el psicólogo social Garriy Shteynberg. “Para que la IA funcione como compañía, el usuario debe creer que la máquina se preocupa realmente por él, aunque eso no sea posible. Cuando se descubre que todo era una ilusion, el golpe emocional puede ser fuerte”.

La neurocientífica Molly Crockett es aún más crítica. Según ella, la empatía real se construye con experiencias compartidas, cuidado recíproco y vínculos genuinos.

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“Lo que parece empatía en la IA es, en el fondo, una simulación calculada”, sostiene. Su preocupación se enfoca en los efectos a largo plazo: aislamiento, pérdida de habilidades sociales y dependencia emocional de una entidad que no siente.

Para el profesor Paul Bloom, psicólogo de la Universidad de Toronto, los compañeros digitales pueden ofrecer un soporte importante en determinados contextos, pero advierte que la tecnología no puede reemplazar por completo las relaciones humanas. “La IA puede parecer compañía, pero no puede amar, ni sufrir, ni darnos una mirada real sobre nosotros mismos”, afirma.

Desde otro ángulo, expertos como John Cacioppo y Fay Bound Alberti recuerdan que la soledad no es un defecto que deba ser erradicado. Al contrario, cumple funciones vitales: fomenta la creatividad, el autoconocimiento y nos impulsa a buscar conexiones reales. “Eliminarla del todo es tan peligroso como ignorarla”, subrayan.

La IA emocional se expande de Japón a Perú

En países como Japón o Corea del Sur, donde la soledad ha sido declarada problema de salud pública, la inteligencia artificial ya cumple funciones terapéuticas. Plataformas como Therabot han sido incorporadas como apoyo en procesos de psicoterapia.

En América Latina, este tipo de tecnologías se difunden silenciosamente y sin regulación alguna. Su uso crece entre adolescentes y adultos jóvenes, especialmente en contextos urbanos donde el estrés, el desempleo o la desconexión social dificultan el acceso a relaciones humanas significativas.

En este vacío normativo, expertos llaman la atención sobre la urgente necesidad de monitoreo y alfabetización digital emocional, para evitar que la tecnología se convierta en una fuente de dependéncia o alienación.

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