Cuando un viento de optimismo se apoderó de Canadá tras la renuncia de Justin Trudeau —responsable de las reformas más disparatadas, leyes controversiales y una severa crisis económica en el “país de la hoja de arce”—, el mundo esperaba un triunfo del conservador Pierre Poilievre. Sin embargo, un sorpresivo batacazo electoral echó por tierra todas las encuestas previas y nos reveló una realidad contundente: el gran país del norte de América está completamente infectado de progresismo. En sus grandes ciudades como Toronto, Vancouver, Montreal y Ottawa, la agenda globalista ha sido plenamente adoptada.
El triunfo del Partido Liberal (izquierda progre/woke) y, por consiguiente, la elección de Mark Carney, confirma lo que muchos ya sospechábamos: Canadá está perdido. Ha caído definitivamente en las fauces del globalismo y será casi imposible que salga de ese infierno ideológico.
Mark Carney, egresado de la Universidad de Oxford, es el nuevo primer ministro. Se trata de una versión más sofisticada, más preparada y, sobre todo, más sumisa al globalismo mundial que su antecesor. Carney es un tecnócrata de primer nivel que hace ver a Justin Trudeau como un novato. Ha sido miembro del Foro Económico Mundial, exgobernador del Banco de Canadá y del Banco de Inglaterra, y hasta enero de 2025 se desempeñó como director del fondo de inversión Brookfield. Este fondo, recordado por los peruanos por haber adquirido de la corrupta Odebrecht los peajes de Lima (Rutas de Lima), lo hizo pese a conocer los vicios de corrupción que rodeaban dicha operación. Este hecho deja en claro que el nuevo primer ministro canadiense tiene pocos escrúpulos y una notable vocación para la vileza. Vale recordar que dicho fondo ha demandado al Perú por 2,700 millones de dólares para compensar su operación corrupta en nuestro país, lo que pinta de cuerpo entero a este audaz operador del globalismo.
Canadá, España, Francia, Inglaterra y Alemania, junto a varios gobiernos de izquierda en América y Europa, están capturados por esta ideología que se vale de los desperfectos del sistema democrático para perpetuarse en el poder. Las consecuencias de la elección de Carney se verán con el tiempo. Por ahora, es evidente que supo capitalizar con astucia la arremetida de Donald Trump y su declaración de intenciones respecto a la anexión de Canadá. Carney apeló al sentimiento nacionalista y patriótico lanzando frases efectistas como: “Estados Unidos quiere nuestra tierra, nuestros recursos, nuestra agua, nuestro país. Y no son amenazas vacías. El presidente Trump quiere quebrarnos para poseernos. Y eso no pasará. Nunca pasará”. Sin querer, Trump le dio las armas necesarias para despertar al aletargado electorado progre, que salió en masa —sobre todo en las grandes urbes— a votar en defensa de sus privilegios.
Ahora bien, la provincia de Alberta ( conservadora) —cuya capital es Edmonton y su principal ciudad Calgary—, rica, extensa y limítrofe con el estado estadounidense de Montana, está harta de este progresismo desquiciado. Desde hace años, maneja la posibilidad de independizarse. Tal vez Canadá no se convierta en el estado 51, pero si Alberta logra finalmente escindirse, podría ser la provincia que le dé al huracán Trump su nueva estrella en la bandera de las barras y estrellas. El tiempo lo dirá.
(*) Analista Internacional