Financiación de la ciencia Por: Luis De Stefano Beltrán, PhD (*) y Ernesto Bustamante, PhD (**)

En un mundo donde la innovación impulsa el crecimiento económico y la competitividad global, el Perú se queda cada vez más rezagado con un nivel paupérrimo de inversión en investigación y desarrollo (I+D) que apenas supera el 0.1% de su PBI y que nos ubica a la cola de la región: Argentina (0.55%), Brasil (1.15%), Colombia (0.29%) y Chile (0.33%). Aunque los niveles de nuestros países vecinos nos superan entre tres a diez veces, la región se mantiene, en promedio, muy lejos de los primeros cinco países del mundo: Israel (6.3%), Corea del Sur (5%), Taiwán (4%), Suecia (3.6%) y EEUU (3.4%).

Aunque toda comparación es un poco ladrona de la alegría, valga la oportunidad para comparar la inversión en ciencia, tecnología e innovación (CTI) entre Perú y Chile. El Perú ha asignado este año solo USD 29 millones para CTI a través del CONCYTEC. Este es un monto claramente insuficiente para un país con vasto potencial en agricultura, energía renovable y biodiversidad. Chile, con un PBI per cápita 2.5 veces mayor que el nuestro, invertirá este año cerca de USD 225 millones en CTI —unas ocho veces más que Perú.

Esta tremenda brecha en los niveles de financiamiento limita gravemente nuestra capacidad para enfrentar desafíos como el cambio climático, la inseguridad alimentaria y la dependencia en exportaciones primarias o con poco valor agregado. Además, el sistema actual de financiamiento no es una forma efectiva de repartir los montos pequeños asignados a cada proyecto puesto que diversos temas (agricultura, energía, salud, acuicultura, TIC, caracterización de la biodiversidad, biotecnología) compiten en un solo fondo concursable, tanto a nivel de ciencia básica como ciencia aplicada.

La política científica de EEUU fue moldeada por el informe de Vannevar Bush en 1945, que estableció un paradigma. Este distingue, por un lado, la investigación impulsada por la curiosidad (curiosity-driven, enfocada en el avance del conocimiento puro y sin objetivos inmediatos) y la investigación dirigida por mandatos (mandate-driven, orientada mayormente a resolver problemas específicos en áreas como la seguridad nacional o la salud pública), tal como se priorizó durante la Segunda Guerra Mundial. Vannevar Bush, ingeniero, inventor y asesor presidencial, argumentaba que el gobierno federal debía invertir en ciencias básicas para fomentar el progreso económico y la innovación, enfatizando la necesidad de un ‘jardín salvaje’ de ideas libres donde los científicos elijan sus temas, en contraste con enfoques dirigidos que podrían limitar la creatividad. Este marco conceptual impulsó la creación de fondos concursables, como los de la National Science Foundation (NSF), fundada en 1950 para financiar las diferentes áreas de las ciencias básicas.

Los fondos competitivos en otras instancias del gobierno federal como Agricultura (USDA), Energía (DOE), Defensa (DOD), entre otros, se justifican en la idea de aprovechar la ciencia en beneficio de prioridades nacionales, evitando ineficiencias burocráticas y estimulando la innovación mediante competencias basadas en el mérito. Para el DOD, que implementó los primeros grants competitivos en 1946 a través de la Oficina de Investigación Naval (ONR), el enfoque se centraba en mantener la superioridad tecnológica para la defensa nacional, financiando investigaciones de alto riesgo en áreas como nuevos materiales y electrónica. El DOE que inició grants en 1947, prioriza la seguridad energética y las tecnologías renovables, impulsando soluciones innovadoras para la independencia energética y desafíos ambientales. En el USDA, cuyo programa competitivo se estableció en 1977 bajo la Ley de Alimentos y Agricultura, el énfasis está en mejorar la productividad agrícola, la seguridad alimentaria y las economías rurales, pasando de un financiamiento basado en fórmulas a otro basado en propuestas revisadas por pares para temas como la agricultura sostenible y la biotecnología.

Estos modelos sectoriales de financiamiento han generado retornos masivos en los EEUU. Así, por ejemplo, el USDA ha financiado innovaciones que han transformado la agricultura, mientras que el DOE ha acelerado la transición a energías limpias, creando miles de empleos y patentes. Creemos que el Perú debe abandonar el modelo de un fondo concursable ‘saco de sastre’ en el que concursan todas las áreas del conocimiento migrando a otro en que coexistan varios fondos concursables sectoriales en agricultura, biotecnología, energía, salud, cambio climático, defensa, etc. En la práctica, serían los expertos de cada ministerio los llamados a establecer la agenda de investigación a financiar y los montos asignados a cada fondo concursable de acuerdo con sus presupuestos. La gestión de los fondos (convocatorias, evaluación de propuestas, seguimiento de los proyectos, etc.) quedaría a cargo del CONCYTEC.

Así, el MIDAGRI podría constituir un fondo concursable para financiar proyectos que busquen, por ejemplo, el aumento de la resistencia de nuestros cultivos a las sequías, suelos salinos o al desarrollo de nuevas variedades de alto rendimiento de quinua o café. Por su parte, el fondo competitivo del MINEM podría financiar proyectos de investigación en energías renovables o el desarrollo de mini reactores nucleares para atender las necesidades energéticas de los lugares más aislados de nuestro país. El fondo del MINDEF, podría financiar tecnologías de defensa y soberanía (drones, satélites, ciberseguridad y monitoreo ambiental). Estos fondos no solo generarían avances tecnológicos, sino fomentarían el desarrollo de startups tecnológicas en acuicultura, agricultura, biotecnología, inteligencia artificial, etc.

Nuestro país debe aumentar el nivel de inversión en CTI en los próximos años a un ‘decente’ 1% del PBI. También se necesita predictibilidad en la vigencia de los fondos concursables. Financiar un fondo por 4 o 5 años y después interrumpirlos por otros 5 es una mala política. Invertir en CTI no es un gasto, sino una inversión en prosperidad. La ciencias es la frontera infinita para el progreso. Academia, empresarios y gobernantes: es tiempo de actuar para que el Perú no se quede atrás en la era de la innovación.

(*) Biólogo Molecular de Plantas y Profesor de la Universidad Peruana Cayetano Heredia.

(**) Biólogo Molecular y Congresista de la República.

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