Conocí a José Antonio García Belaunde por la estrecha vinculación con Domingo, su hermano, un querido maestro por más de 40 años. Pude tratarlo más en la Comisión Consultiva (CC) que instaló en el Ministerio de Relaciones Exteriores (MRREE) con ocasión de la demanda contra Chile ante la Corte de Justicia Internacional de La Haya para dirimir nuestra frontera marítima.
Aparte del equipo de defensa, Joselo tuvo la sagacidad de llamar a una CC compuesta por personalidades. Desde un primer momento me acogió con buen talante, pese a ser —quizás— el más joven de sus integrantes. Hacíamos seguimiento del proceso ante La Haya, y de su defensa, aportando ideas desde un ángulo holístico para colaborar con su mejor resultado.
El proceso tuvo un éxito fulgurante. Por primera vez desde 1883, luego del infausto “Tratado de Ancón”, pasando por el “Tratado de Lima” de 1929 y el “Acta de Ejecución” de 1999, Chile tuvo que retroceder jurídica y territorialmente en su expansión hacia el norte siguiendo la doctrina de Diego Portales. Fue su primera derrota jurídica en más de 100 años. Eso no se puede desconocer ni mezquinar. El presidente Humala tuvo el acierto de hacer de este proceso —iniciado por su rival AGP— una política de Estado, continuándolo hasta su final, obteniéndose el resultado que todos celebramos en el Perú.
Joselo continuó una saga de juristas y diplomáticos. Su abuelo Víctor Andrés Belaunde fue presidente de la Asamblea General de NNUU en 1959. Su padre, prestigiado presidente de la Corte Suprema y del Jurado Nacional de Elecciones. Se podría decir que el lustre Torre Tagle en el Siglo XX, después de algunas sombras consecuencia de la guerra con Chile y el oprobioso Tratado Salomón-Lozano 1932, brilló con los acuerdos con Ecuador después del conflicto del ‘41, Falso Paquisha del 82 y, sobre todo, Cenepa del 95, cerrando la frontera norte. Y con Chile, por vía contenciosa, se finiquitó uno de los últimos aspectos que nos enfrentaba por una justa delimitación en el mar.
Joselo inicialmente tuvo la “teoría de las cuerdas separadas” con la que discrepábamos democráticamente, ya que sosteníamos la tesis de “primero lo primero y segundo lo segundo” frente a la ingente inversión chilena en el Perú al tiempo de mantener vivos diferendos históricamente lacerantes.
El caso ante La Haya supuso un cambio radical de esa estrategia. Joselo tuvo la fortaleza de haber sido apuntalado como canciller los cinco años del gobierno de AGP y ese mérito —que consolidó a Torre Tagle— no se ha vuelto a repetir. Se dice que AGP respetaba intelectualmente a pocas personas: Vargas Llosa, Cotler, Szyszlo y a Joselo, a quien conoció en las aulas de la Universidad Católica en 1962, manteniendo una fraterna amistad y recíproco respeto toda una vida.
Las figuras estelares de nuestra diplomacia en el Siglo XX fueron Raúl Porras Barrenechea, Carlos García Bedoya, Javier Pérez de Cuéllar y Joselo, el gran canciller, experto en derecho internacional y mejor persona. Tuvo una acendrada vocación por el Perú y un verdadero sentido del patriotismo. Descanse en paz.