La (di)gestión presidencial

A pocos días del inicio de la Feria Internacional del Libro, el afamado politólogo Tiago Trafah anuncia la presentación de su nuevo libro: Boluarte o cómo consumirse en el consumo. En esta obra, el autor busca absolver, con el debido sustento académico, pero también con las herramientas del sentido común, algunas de las interrogantes que nos hemos hecho los peruanos: ¿Por qué consideramos frívola a Boluarte? ¿Cuál es el origen de la ambición desmedida de la presidenta? ¿Cuántos menús de 10 soles puede preparar al mes con un sueldo de 35 mil?

Trafah, que cuenta también con libros como ¿Por qué Pedro Castillo se golpeó a sí mismo?: una introducción al masoquismo político, logra, a lo largo de 220 páginas —pudieron ser 200 tranquilamente—, acercarnos a la presidenta Boluarte no de manera objetiva, pero sí alejado de los apasionamientos políticos. Aquí reproducimos un extracto:

Dicen los que saben —y los que no también— que el ser humano no puede vivir más de mes y medio sin alimentación. Sin embargo, ¿qué pasa si ajustamos la interrogante y lejos de referirse a una persona cualquiera, aludimos a alguien de la dimensión de un mandatario, de un presidente? Es evidente que en tal caso, la cuestión ya no transita por el terreno de un posible caso de inanición, hecho impensado para un ser de tan alta investidura, sino, más bien, la pregunta apunta a la calidad de la ingesta. Dicho de la manera más cristalina posible, y aterrizando en esta hermosa y peligrosa tierra del sol, la pregunta sería: ¿cuántos días puede sobrevivir la presidenta Dina Boluarte consumiendo solo un menú de 10 soles?

El tema viene a cuento por las recientes noticias relacionadas con nuestra ilustre mandataria y donde concurren dos vertientes de vital importancia para el país: la economía y la gastronomía.

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EL MENÚ DE LA DISCORDIA

Hace unos meses, en medio de la crisis de gobernabilidad de ocasión, Boluarte se dirigió a las amas de casa de un asentamiento humano y les dijo que a las mujeres en el Perú les bastaba —y casi, casi les sobraba— 10 soles para preparar un sustancioso menú compuesto de sopa, segundo y postre. Las decenas de madres de familia, allí presentes, primero pensaron que habían escuchado mal, terrible, pésimo, pero luego, cuando comprendieron que sus oídos no habían distorsionado ni una sola sílaba presidencial, se quedaron boquiabiertas y, cerrando los puños, barajaron varias posibles reacciones: darle unos segundos a Boluarte a fin de que se disculpe y reconozca el dislate, darle el dinero que a duras penas habían reunido y verla in situ obrar el milagro, o, de una buena vez, derrocarla y darle las gracias por los servicios prestados a la nación.

 

SUELDO MÁXIMO

Tiempo después, un rumor empezó a correr por las redacciones y mesas de información: Boluarte quería aumentarse el sueldo. Hasta entonces, la presidenta ganaba 15,600 soles, a todas luces un sueldo muy superior al que la presidenta recibía antes de entrar a la política. Sin embargo, ante la insistencia de varios de sus ministros más cercanos —léase, los más lisonjeros—, la presidenta quedó convencida de que ganar el equivalente a poco más de 15 sueldos no se correspondía con su cargo. Y, luego de analizarlo con el área legal de Palacio, Boluarte expresó de manera cartesiana por qué debía obtener ese aumento: “No puede ser que ese Velarde del Banco Central gane más que yo”.

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Pocos días después, en atención a un argumento sin fisuras, el Consejo de Ministros aprobó un incremento salarial de 125%, lo que equivale a 35,568 soles. El ministro de Educación, Morgan Quero, sin embargo, consideró absurdo el menudeo y propuso que el monto debía redondearse a 36 mil. Su colega, el ministro de Economía, Raúl Pérez Reyes, se levantó y desechó la idea. “Eso no”, dijo con voz temblorosa, como quien se juega la vida, “tampoco hay que abusar”.

 

TARJETAZO

Como era de esperarse, el aumento de sueldo presidencial generó una ola de críticas provenientes de casi todo el espectro de la política nacional. Sin embargo, lejos de que el ambiente convulso se atenúe, este se incrementó con el nuevo descubrimiento periodístico: la existencia de una tarjeta electrónica de consumo, con 5 mil soles mensuales destinados para la alimentación de la presidenta. Según la información, esta tarjeta también podría usarse para el buen comer de sus familiares, de los amigos de sus familiares, de los familiares de los amigos, y de los enemigos líbranos, señor.

Si bien la tarjeta no sirve para retirar efectivo, sí funciona —y muy bien— como medio de pago en supermercados, restaurantes, cafés y diversos comercios, y sirve para comprar diversos productos. También sirve para darles a conocer a los peruanos, con la ya proverbial empatía presidencial, un concepto innovador: más vale ser presidenta, que te paguen todo, que te aumenten el sueldo y te den una tarjeta de consumo, que ser pobre.

 

BIEN DESPACHADO

Cuando ya parecía que los temas del sustento y alimento presidenciales, a contrario de Boluarte, estaban perdiendo peso, se hace pública otra revelación: entre 2023 y 2025, el despacho presidencial gastó más de 5 millones de soles en alimentos. A primera vista puede parecer un exceso, a segunda vista también. ¿Pero de qué estamos hablando? ¿Qué alimentos llegan al primer paladar de la nación? De todo tipo, los más conocidos: carnes, pescados, abarrotes, frutas y verduras. También hay de los que se podrían considerar más exquisitos: chorizo ahumado, hot dog de ternera, jamón inglés, pastel de jamón de cerdo, salchicha de Huacho, tocino ahumado, entre otros. Eso sí, con todas sus salsas.

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Pero, entonces, ¿dónde termina la necesidad humana de alimentarse y dónde comienza el exceso, la gula, la buena vida, la poca vergüenza? ¿Acaso la presidenta compensa eventuales carencias creadas en la infancia con ingentes cantidades de soles y de comida? Sigmund Freud dijo que “la emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y más intenso es el miedo a lo desconocido”. Pero eso, en realidad, no tiene nada que ver aquí. Más interesante y relativo al tema es lo que afirmó sobre la alimentación: “la mayor parte del arte culinario se dedica a apaciguar los ataques de ansiedad y el sentimiento de culpa del individuo”. ¿No será que la presidenta encuentra en el incontenible consumo del dinero y de la comida una forma de aliviar la culpa por las flagantes y numerosas carencias de su (di)gestión?

La respuesta, obvio, no la va a encontrar en este extracto. Para ello, compre el libro, el cual, por cierto, viene con un vale de consumo. No será como el de la presidenta, pero vale lo suficiente. Freud sabe por qué lo hago.

 

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