En los últimos cinco días, España se ha despertado con una serie de mensajes de WhatsApp que Pedro Sánchez envió a su segundo de a bordo, el exministro Ábalos. También a su ex mano derecha, ahora envuelto en un largo proceso de corrupción.
No sé si la publicación de esos mensajes, cargados de desprecio y falta de consideración hacia sus propios compañeros de partido, constituye un delito. Me parece que no. Tampoco parecen tener repercusiones políticas (por ahora). Tampoco importa si se trata de una venganza de Ábalos, a quien el grupo socialista ha dejado sin escaño de diputado y sin la simpatía de sus antiguos amigos de partido.
Varios aspectos de esos mensajes me han preocupado. En primer lugar, ¿cómo puede un líder gobernar a través de WhatsApp? Y aún peor: ¿era necesario calificar a los sujetos, que repito, son compañeros de partido o de gobierno, con adjetivos despectivos?
A la actual ministra de Defensa, también vocal del Tribunal Supremo, con 7 años de experiencia en el ministerio y una de las mejor valoradas en las encuestas, la llama “pájara”. Y agrega que “duerme con el uniforme puesto”. ¿Por qué esa descripción tan desagradable? Sánchez, además de grosero, se revela como machista. Pues esta señora es soltera y al parecer sin compromiso.
En un momento en el que la Iglesia católica ha demostrado eficiencia sin necesidad de recurrir a celulares ni a mensajerías innecesarias, no estaría de más que siguiéramos su ejemplo. Trump tuvo que destituir a su asesor de Seguridad Nacional por filtrar secretos militares en un chat en el que había periodistas.
La seguridad es primordial. Pero la mala educación es lo peor.