Jorge Sahd
Donald Trump declaró “nadie sabe lo que haré”, al cierre de esta columna, en su característico estilo impredecible. Una frase que resume la situación de la guerra entre Israel e Irán, que amenaza con una escalada mayor en Medio Oriente y consecuencias globales. Tres temas hacen más complicada la situación actual.
Primero, la amenaza nuclear. Aunque no ha demostrado abiertamente la intención de desarrollar armas nucleares, el hecho de que el régimen Ayatolá haya estado enriqueciendo uranio desde la salida de Estados Unidos del acuerdo nuclear en 2018, eleva la incertidumbre. Si el conflicto escalara -con Estados Unidos tomando parte- la amenaza nuclear aumentará, abriendo un escenario bélico imposible de anticipar ni menos dimensionar por sus devastadoras consecuencias humana en todo Medio Oriente. Una guerra nuclear que no sólo incluya a Israel e Irán, sino a otros actores como Pakistán, Turquía, Arabia Saudita, Rusia o Corea del Norte, sería un capítulo totalmente nuevo en la historia.
El tiempo perdido y el desprecio por la diplomacia son pasivos en la estrategia actual de Donald Trump.
Un segundo factor que hace más complicada la guerra es la falta de escrúpulos de los actores claves del conflicto. Ni Netanyahu en Israel, el ayatolá Alí Jamenei en Irán, ni Trump en Estados Unidos son el tipo de liderazgos que se requieren para desescalar un conflicto de esta naturaleza.
Como señala el experto Richard Hass, Israel inició acciones contra Irán ante una amenaza creciente más que un peligro inminente, sin que las razones para llevar a cabo la operación sean totalmente claras. A nivel interno, el mandatario Netanyahu ha debido sortear una oposición política, juicios por corrupción y una división por la acción en Gaza, entre otras. Irán asoma como una salvación política, por el amplio apoyo de una ofensiva en su contra.
Irán, en tanto, ha demostrado que puede causar daño a Israel pero a costa de su propia destrucción. El régimen Ayatola, que lidera el país desde el año 79, no goza de la popularidad de antaño y ha enfrentado protestas por el descontento político y económico de importantes sectores de la población, especialmente jóvenes. Una actuación desesperada de un régimen debilitado y el eventual vacío de poder introducen más incertidumbre al conflicto.
Por último, Trump juega con fuego a través de su red social, que pareciera efectiva para una negociación arancelaria, pero no para una guerra con amenaza nuclear. La impulsividad, imprevisibilidad y declaraciones altisonantes son malas consejeras para evitar una escalada. El Presidente enfrenta la división política del Partido Republicano sobre una eventual intervención, un ambiente de protestas cada vez más violentas y el riesgo de involucrarse en una guerra de alto costo económico no sólo a nivel global, como son los precios del petróleo, disrupciones del comercio y mercados volátiles, sino en su propia economía. Demasiados frentes abiertos en solo cinco meses de Gobierno; la vía diplomática sigue siendo la mejor opción.
Y ahí está el tercer problema. En la era de la “no diplomacia”, los canales de comunicación y las confianzas se deterioran y todo intento de acercamiento no basado en la amenaza o la coerción, se hace más difícil. El tiempo demostró que Trump cometió un profundo error al retirarse del acuerdo nuclear con Irán el 2018: no sólo perdió información, sino una posición de ventaja con el régimen iraní. El tiempo perdido y el desprecio por la diplomacia son pasivos en su estrategia actual.
Así como nadie sabe lo que hará Trump, el mundo tampoco sabe hacia donde va.