Rima. El “Pollo” en la presidencia, el “Flaco” en la gerencia. Así quedó, desde la última sesión de directorio este jueves, la dupla Guilisasti al mando de Concha y Toro. Rafael, expresidente de la CPC, ahora preside la mesa de la viña más grande de Chile. Eduardo, el mayor de los siete hermanos, sigue a cargo de la operación. Y aunque tienen estilos, trayectorias y convicciones distintas, comparten una historia común.
Los separa exactamente un año y dos días: Eduardo nació el 16 de septiembre de 1952 y Rafael, el 18 de septiembre del año siguiente. El mayor de los siete hermanos Guilisasti Gana egresó en 1969 del colegio Saint George, en una generación que compartió con figuras como Francisco Pérez Yoma, Jorge Peña y Eugenio Tironi. El segundo, también “old georgian”, se graduó en 1970, junto a compañeros como Máximo Pacheco, Gonzalo Rojas y Leonidas Vial. No era aún la generación “Machuca”, pero sí una marcada por el clima de cambio social que comenzaba a agitar el Chile de los años ‘70.
En sus intereses también hay contrastes. Ambos disfrutan la lectura, pero Rafael tiene una inclinación más humanista. Eso lo llevó a estudiar Historia en la Universidad Católica. Su decisión fue poco habitual para su entorno: lo esperable era que siguiera Derecho, la carrera que su padre quería para él. Esa “rebeldía” académica, también fue ideológica: criado en una familia conservadora, se alistó en el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), una escisión de la Democracia Cristiana que tomó un rumbo más radical.
Tras salir de la universidad, se trasladó a una población en Peñalolén a hacer trabajo social con amigos como Carlos Tironi y Enrique Accorsi. Fue también su etapa más activa en política, en tiempos donde el MAPU era liderado por figuras como Enrique Correa y José Miguel Insulza. Su rol en la colectividad no fue menor: durante los años más duros de la dictadura, Rafael dio acogida a militantes que estaban en la clandestinidad, como el propio Correa, en una casa que arrendaron en el barrio Bellavista.
Eduardo, más numérico, ingresó a Ingeniería Civil en la misma universidad. También dejó la casa familiar el mismo año que Rafael, pero su destino fue distinto: se fue a vivir a la casa del Opus Dei. Esas diferencias políticas y de fe nunca fueron motivo de conflicto en la casa de los Guilisasti Gana. Siempre primó el entendimiento, han dicho en distintas ocasiones.
Las elecciones profesionales también marcaron caminos distintos. Rafael nunca ejerció como historiador -aunque su tesis abordó la inserción laboral femenina en distintas etapas de la historia- e ingresó rápidamente al negocio vitivinícola. Fue histórico vicepresidente de Concha y Toro, gerente general de Viña Emiliana y director de Vinos de Chile. Lector habitual de publicaciones especializadas y activo en la promoción de la industria, su interés fue siempre más amplio que los negocios familiares. Tiene su propia viña de espumantes en el valle de Limarí, Azur. Además, siempre ha tenido roles en compañías externas. Hace justo 10 años asumió la presidencia de las cascadas de SQM, con el encargo de ordenar la estructura societaria de las sociedades que participan en la minera no metálica.
Su vínculo con el vino lo conecta, desde otra vereda, con su hermano mayor. Eduardo es considerado el ejecutivo más influyente del rubro vitivinícola en Chile. Lleva 36 años como gerente general de Concha y Toro, cargo que asumió en 1989. A sus 72 años, lidera una compañía con presencia en 140 mercados, 12 oficinas internacionales y más de 3.200 empleados. Es el gerente general más longevo del IPSA y figura clave en la transformación de la empresa. Fue él quien, en los años ‘90, impulsó la expansión internacional, selló el joint venture con la familia Rothschield para crear Almaviva y encabezó la premiumización del portafolio.
La última diferencia es de carácter. Eduardo es descrito por quienes lo conocen como sobrio, reservado, meticuloso. También como alguien con visión de largo plazo. Rafael, en cambio, es más extrovertido, sociable y cómodo en lo público. De ahí su paso por el mundo gremial: primero como vicepresidente de la Sofofa y luego, en 2008, como presidente de la CPC. A pesar de las diferencias y trayectorias, cercanos a la compañía comentan que operarán en tándem, y que están acostumbrados a coordinarse en las decisiones clave. “Son muy cercanos”, confiesan testigos.
La gran pregunta es cuánto durará esta fórmula. En el mercado hay quienes sostienen que se trata de una configuración transitoria. Pero fuentes de la empresa lo descartan: el cambio es indefinido. Por ahora, Eduardo seguirá en la gerencia general. La industria vitivinícola atraviesa un momento complejo, y para enfrentar ese ciclo, dicen en su entorno, se necesita a un piloto experimentado para sortear las dificultades.