Piensen en esta escena: un comité ejecutivo observa un dashboard lleno de indicadores y recomendaciones. Los datos, respaldados por inteligencia artificial, sugieren postergar una inversión clave. El silencio pesa. Nadie objeta, pero tampoco hay claridad sobre qué hacer. ¿Quién decide, realmente, cuándo la tecnología también opina?
Vivimos bajo la promesa seductora de decisiones más racionales, basadas en la abundancia de datos, la precisión analítica y la creatividad de los algoritmos generativos.
La tecnología se ha ganado un asiento en la mesa directiva. Sin embargo, esta automatización gradual de la visión nos enfrenta a una pregunta fundamental e incómoda: ¿Pueden los tomadores de decisiones abdicar del criterio humano?
Es sabido que la acumulación de información no siempre conduce a una comprensión más clara. En el terreno de la consultoría, observamos a diario equipos paralizados por la avalancha de informes y datos, saturados de inputs y confundiendo la exactitud numérica con una lectura completa de la realidad. Es ahí donde la sobreinformación puede llevar a una ilusión de certeza, eclipsando precisamente aquello que los modelos no logran capturar.
Aquí emerge una paradoja: se tienen más recursos que nunca para decidir, pero también más razones para dudar. Ante este cuestionamiento, la tentación de tercerizar el juicio se vuelve fuerte: “los datos lo dicen”, “el modelo lo propone”. Sin embargo, liderar trasciende la mera ejecución de instrucciones. Implica interpretar la complejidad, abrazar los riesgos inherentes y navegar las tensiones inevitables. En última instancia, liderar significa sostener el peso de la decisión.
Para mí es claro que la inteligencia artificial no viene a reemplazar ese rol fundamental; más bien, lo desafía profundamente. Nos fuerza a confrontar nuestras convicciones más arraigadas y a forjar una nueva forma de ejercer liderazgo: una que integre evidencia, pero que no se esconda tras ella. El criterio no es una mera intuición; es una capacidad compleja, arraigada en un contexto específico y cultivada a través de la experiencia.
¿Estamos preparando a los tomadores de decisiones para habitar esa complejidad? ¿O los estamos formando como operadores brillantes de sistemas, pero sin voz propia y juicio independiente? Porque si la tecnología ya piensa, ejercer liderazgo, ahora más que nunca, exigirá pensar mejor.