Es común encontrar historias como esta en América Latina. Desde el APRA hasta el PRI (ex PNR y PRM) de México. Varios líderes de izquierda surgieron en las calles y con el paso de los años se fueron moderando. Muchos de ellos lucharon contra dictaduras, pasaron por la cárcel como Lula y Haya de la Torre, se exiliaron como Bachelet o fueron deportados como Perón. Algunos evolucionaron más rápido que otros, transformando así sus realidades respectivas.
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Un claro ejemplo es Pepe Mujica, quien pasó de la prisión a la presidencia. Inicialmente fue un preso político de una dictadura y terminó sus días hablando de inversión privada y crecimiento económico. Se volvió más maduro y moderado. En Perú también hay casos destacados de exrevolucionarios que llegaron al poder, como Alfonso Barrantes, quien pasó de compartir celda con Abimael Guzmán a presidir la alcaldía de Lima, o Yehude Simon, que salió de prisión para convertirse en primer ministro. Mujica también experimentó un cambio, al igual que muchos exguerrilleros latinoamericanos, pasando de la oposición al Gobierno. Gobernar implica negociar, pactar, moderar y adaptarse. Se le llama realpolitik. Aunque siguió apoyando a Hugo Chávez, al menos no tomó el camino de Ortega y los Castro.
Lamentablemente, la polarización nos atrapa entre el discurso extremo de la derecha y la izquierda. Por un lado, la derecha que ve a Pepe Mujica como un simple terruco, y por otro, la izquierda que lo considera un santo revolucionario. Esta misma derecha, en lugar de aceptar a los conversos, les recuerda su pasado, justifica dictaduras del pasado y se inclina hacia el conservadurismo. Mientras que la izquierda que defiende golpes de Estado y que considera que modernizarse es capitular, se queda rezagada en la región.
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