La industria musical siempre ha tenido la costumbre de reinventarse. Lo hizo con la llegada de la radio, con los vinilos, con la era del streaming… y ahora lo hace con un nuevo invitado que amenaza con cambiarlo todo: la inteligencia artificial.
Esta herramienta forma parte de las nuevas medidas de protección de Apple enfocadas en la seguridad familiar y ya genera debate en redes sociales.
En pocas semanas, The Velvet Sundown, un grupo que parecía humano, logró colarse en las listas de reproducción de miles de usuarios y superar 1,1 millones de seguidores en Spotify. Pero lo que muchos no sabían (aunque lo sospechaban) se confirmó hace poco: la banda no existe como tal. No hay ensayos en un garaje, ni músicos sudando detrás de sus guitarras. Se trata de un proyecto generado íntegramente con IA, eso sí, bajo la guía de una dirección artística humana.
“La música sintética llegó para quedase”, advierten algunos. Y ejemplos sobran. Basta con entrar a YouTube y buscar FlowGPT, un canal que se presenta como “el primer prototipo de artista basado en tecnología I.A. GPT (Generador Preentrenado de Temazos)”.
Su canción más escuchada, “NostalgIA”, combina las supuestas voces de Bad Bunny, Justin Bieber y Daddy Yankee en un mismo track. Ninguno de ellos pisó jamás el mismo estudio para grabarla, pero millones la escuchan como si lo hubieran hecho.
La banda Breezer también decidió experimentar: tomó la voz de Liam Gallagher, la moldeó con IA y lanzó un disco tributo a Oasis titulado “AISIS – The Lost Tapes”. En poco tiempo, superaron las 500 mil reproducciones y el propio Liam se mostró en contra del uso de su voz, aunque el álbum todavía se mantiene disponible en YouTube.
Artistas contra la IA
Pero esta revolución digital no entusiasma a todos por igual. Más de 400 artistas británicos, entre ellos leyendas como Elton John, Paul McCartney y Dua Lipa, firmaron hace unos meses una carta abierta para pedir al gobierno mayor protección legal ante el uso de IA en la música. Junto a ellos, actores, productores y escritores exigen que las empresas tecnológicas revelen si usan contenido con derechos de autor para entrenar sus modelos. Detrás de esta petición está el temor de que, algún día, cualquier canción, voz o estilo pueda ser replicado sin permiso ni compensación.
La cuestión de fondo es la misma que en tantas otras industrias: la IA es poderosa, pero ¿hasta donde debería llegar? Para muchos músicos, la tecnología derriba muros que antes parecían imposibles.
¿Cuál es el límite?
Hoy, alguien sin presupuesto puede soñar con un tema que mezcle gaitas, cuerdas y baterías imposibles, y pedirle a un software que lo materialice en segundos. Antes, esa misma idea hubiera quedado encerrada en la mente de un artista sin recursos para ejecutarla.
La inteligencia artificial se presenta como una caja de herramientas. Ni buena ni mala, dicen algunos: todo depende de quién y como la use. Lo cierto es que, en la música, esa caja parece estar abierta de par en par. Cada vez más artistas se preguntan si la melodía que escuchan proviene de un músico real o de una línea de código.
En tiempos de acordes sintéticos y voces generadas, la pregunta no es si la música cambiará. Eso ya está ocurriendo. La pregunta real es: ¿Quién pondrá limites?
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