Todos los días de esta semana, Mustafa, con la cartera llena y el estómago vacio, ha salido de su casa para buscar comida en las ruinas de la ciudad de Gaza.
Camina durante horas, siguiendo rumores: harina vista en una tienda de la calle Nasser, lentejas cerca de la mezquita destruida, verduras verdes en lo que solía ser la plaza Saraya.
Durante cuatro días no encontró nada y regresó con las manos vacías a la casa de su hermano en Rimal, un barrio donde alguna vez vivió la pequeña clase media del enclave.
Al quinto día, siguió a un comerciante del mercado negro por un callejón y pagó casi US$ 100 por un kilo de lentejas. Hervidas en casa con leña recolectada, este raro hallazgo fue la primera comida de su familia en casi una semana: unas cucharadas de lentejas en agua tibia con sal, repartidas entre seis niños y nueve adultos.
“Somos como detectives, siguiendo el olor a harina”, dijo, mientras el zumbido de un dron israelí casi ahogaba su voz. “Y aunque la encontráramos, tenemos que ser millonarios para comprar un solo kilo”.
Muertes por inanición y desnutrición
Las inútiles búsquedas de Mustafa marcan el último y sombrío hito en el descenso de Gaza a la hambruna masiva, ya que incluso los que tienen dinero se encuentran en la misma pesadilla que los que no lo tienen: hambrientos y cazando para comer.
Tras meses de advertencias de que las restricciones israelíes a la ayuda estaban llevando al enclave a una hambruna total, los funcionarios sanitarios locales ahora informan de docenas de muertes (casi 60 solo en julio) por inanición y desnutrición.
Uno de cada tres habitantes de Gaza pasa varios días sin comer, según informó el Programa Mundial de Alimentos esta semana. Las madres desnutridas ya no pueden producir leche para amamantar a sus hijos, los heridos no logran sanar y los hospitales se han quedado sin suplementos nutricionales para tratar a los bebés demacrados.
Aunque nadie salió ileso de la ofensiva israelí, la pequeña clase media de Gaza -abogados, médicos, profesores universitarios- inicialmente logró mitigar los peores estragos del hambre utilizando sus ahorros de toda la vida o recurriendo a remesas del extranjero. Ahora la comida es tan escasa que ellos también se están consumiendo.
“No hay ricos, ni clase media ni pobres”, dijo Youssef Ahmed Abed, de 36 años, quien gastó US$ 25.000 para mantener a su familia. Ahora, añadió, ni siquiera el dinero le sirve: “No hay nada que comprar”.
La guerra de 21 meses de Israel, que comenzó después del ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023, ya había destruido gran parte de la economía de Gaza, llevando a una población empobrecida a una dependencia casi total de la ayuda.
Pero las políticas israelíes han sumido al enclave y a sus 2,1 millones de habitantes en una crisis de hambre impensable. Israel impuso un asedio total de varios meses a Gaza en marzo, y desde mayo ha permitido que la ONU y otros grupos humanitarios solo traigan una pequeña cantidad de ayuda.
En lugar de ello, ha respaldado la controvertida Fundación Humanitaria de Gaza, que opera cuatro sitios de distribución militarizados en un modelo denunciado por la ONU como un “intento de convertir la ayuda en arma”.
Israel afirma que las restricciones son necesarias para impedir que Hamás desvíe los suministros, aunque funcionarios internacionales han dicho reiteradamente que no han visto evidencia de desvío sistemático por parte del grupo militante.
Para empeorar la situación de los gazatíes, la escasez de divisas. Los cajeros automáticos y los bancos llevan mucho tiempo cerrados, y los cambistas ahora venden shekels israelíes destrozados a cambio de transferencias bancarias, con comisiones de hasta el 45%.
Abed, que gastó todos los ahorros de su vida, dijo que él pagó las comisiones del cambista y pagó todo lo que los comerciantes pedían con tal de no llegar al punto “en que mi hijo esté llorando por pan”.
Los dulces, sin embargo, son un sueño inalcanzable. Con un kilo de azúcar que costaba US$ 100, el diseñador gráfico una vez compró un puñado por US$ 6 simplemente para que sus hijos los lamieran.
Asmaa Tafesh, cuyo salario mensual de US$ 1200 de la ONU le permitía antes de la guerra alquilar un coche, comer fuera y llevar a sus tres hijos a la playa, ahora pierde tanto dinero en comisiones que algunos meses debe vender joyas para sobrevivir. Un saco de harina puede costarle US$ 40.
La escasez ha sido tan intensa en los últimos días que “los niños solo piensan en ‘¿Qué vamos a comer?'”, dijo. “El más pequeño me pregunta: ‘Mamá, ¿ha llegado harina a Gaza?'”.
Ayuda insuficiente
La respuesta es: insuficiente. Gran parte de lo que llega se ha estancado a lo largo de la frontera de Gaza, mientras la ONU y otros organismos luchan por distribuirlo debido a los combates activos, las carreteras congestionadas y el peligro no solo de los saqueadores, sino también del ejército israelí.
Los funcionarios locales dicen que más de 1.000 personas han muerto intentando conseguir ayuda en los últimos meses, muchas de ellas en ataques de las tropas israelíes mientras intentaban llegar a los sitios de GHF.
El ejército israelí ha reconocido haber abierto fuego en múltiples ocasiones, pero afirma que sólo lo hizo después de que la gente se acercara a las tropas de una manera que consideraron amenazante.
Para Mustafa, el descenso al hambre comenzó lentamente, pero de repente se volvió inevitable.
Al principio, el dinero del extranjero ayudó a mitigar la peor parte de la escasez. Pero pronto, los hombres de la familia comenzaron a saltarse comidas antes de que los niños y sus madres también empezaran a pasar hambre.
Estas últimas semanas habían sido las peores, dijo. Los días que él y su hermano no encontraban qué comer, los niños comían una cucharada de sal y se llenaban la barriga de agua.
Alto, de hombros anchos y guapo antes de la guerra (sus amigos bromeaban diciendo que podría ser una estrella de cine), Mustafa dijo que había perdido 40 kilos, casi la mitad de su peso.
Ahora le da vergüenza enviar una foto. Con extrema cortesía, se disculpa por la condición a la que lo ha reducido Israel.
“Lamento decir esto, pero si mi familia no muere en una operación militar israelí, moriremos de hambre”, dijo. “Si esto sucede, por favor, perdonenos”.