Ese niño, al que rara vez entrevistan, tiene una constancia que no sale en la planilla. Sabe que lo más probale es que no juegue el fin de semana, pero igual entrena con la misma entrega. Escucha indicaciones que quizas nunca pondrá en práctica dentro del campo. Carga con sus propios sueños, sabiendo que probablemente no sean los del entrenador. Y, aun así, está.
Los peruanos reconocen el trabajo de Óscar Ibáñez como DT de Perú, pero el ‘Tigre’ es su primera opción para la clasificación.
En un fútbol formativo obsesionado con el talento precoz, los reflejos espectaculares y los pies mágicos, ¿quién se toma el tiempo de mirar al que resiste? ¿Quién valora al que entiende que el equipo lo necesita, aunque no esté en la cancha? ¿Quién cuida al que vive a la sombra de las luminarias sin perder su luz interna?
Una vez, un entrenador me dijo: “Algunos chicos no vienen a que los hagan cracks, vienen a que los vean, a que los escuchen. A ser parte de algo”. Qué verdá tan profunda. Porque no todos los que pisan una cancha de fútbol infantil quieren llegar a la Selección. Algunos solo quieren pertenecer. Tener amigos. Saber que importan.
Y claro que importan.
Andrea Pirlo lo dijo así: “El talento te da un plus, pero es el compromiso lo que te hace indispensable para un equipo”. Y ese compromiso —invisible para las estadísticas, inmenso para la formación humana— es el que sostienen los que no fallan nunca aunque jueguen poco o nada.
A veces, los clubes de menores están tan enfocados en encontrar al próximo crack, que olvidan que lo que forjan son ciudadanos. Y esos chicos que no aparecen en las fotos, pero sí en los cumpleaños de sus compañeros, en los entrenamientos bajo la lluvia, en los partidos como suplentes… merecen ser nombrados.
Esta columna es para ellos.
Los que no brillan, pero alumbran.
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