Cuando se escucha o se lee la palabra “candidatitis” lo primero que nos viene a la mente son el nombre de algunas enfermedades o dolencias que riman con dicha expresión, como podrían ser amigdalitis, artritis, meningitis, bronquitis y muchas más.
Pero si bien “candidatitis” no es una enfermedad, la podríamos calificar de dolencia, que es lo que están sufriendo miles de miles de peruanos, que se sienten con derecho y con aptitudes más que suficientes para ser senadores o diputados, para lo cual pretenden postular en las próximas elecciones del año 2026.
Como muchísimos de los pretendientes no pertenecen a partido político alguno, ni tampoco pretenden ir a elecciones internas para ser candidatos de la agrupación de su preferencia, andan buscando ser invitados a integrar la lista de postulantes, sea al Senado de la República o a la Cámara de Diputados, dentro del porcentaje que la norma constitucional permite tales invitaciones a los partidos políticos.
No se imaginan la cantidad de llamadas que recibimos, los que alguna vez tuvimos participación política activa, de personas solicitando ser recomendadas a los partidos – cualquiera que sea – así no fuere el de su preferencia, para ser incorporados como invitados en lista de postulantes al Parlamento.
Cualquier persona se siente con derecho de participar e ingresar al Congreso de la República, sea como senador o como diputado, sin los pergaminos para ello, luego de que han visto la composición del actual Congreso, por supuesto con muy valiosas excepciones que honran a nuestro alicaído Parlamento.
Con exageración del principio y derecho constitucional a la igualdad, cualquiera puede ser parlamentario, siendo peruano de nacimiento y en capacidad de sufragar, con el agregado que para diputado se requiere un mínimo de 25 años y para senador 45 o haber sido diputado o congresista con anterioridad (Ley de reforma constitucional N° 31988).
Nada más ni nada menos, y como todos son iguales ante la ley, bien podrían pertenecer al Congreso de la República personas alfabetas o analfabetas, cultas o ignorantes, ilustradas o no, con estudios superiores o sin ellos. En fin de todo lo que hay esta villa del Señor.
Evidentemente los requisitos son pobres y poco podrían aportar en el Parlamento quienes carecen de conocimientos para el ejercicio de sus funciones, de suyo importantes, como son legislar, fiscalizar y representar. Claro que en nuestro país el título universitario recibido de algunas universidades harto conocidas por sus carencias, no agregan absolutamente nada, salvo sospechas.
¡Por el amor de Dios! Un poco de coherensia siquiera, al Congreso se debe ir sobre todo para dar las leyes que el país requiere para su desarrollo y para que la población pueda alcanzar niveles de vida apropiados. No se va al Congreso simplemente para pasar por caja y cobrar un sueldo, nada despreciable por cierto, hay que ir por patriotismo, comportamiento cívico y sobre todo para aportar.
Ahora bien, también es cierto que se dejan espacios vacíos a los cuales personas no calificadas quieren ocupar, pues las que tienen los requisitos -no escritos pero necesarios- como son hoy honorabilidad, honradez, y conocimientos, se inhiben de participar pues estiman que las regulaciones legales exageradas sobre contrataciones con el Estado, exposición política ante la Unidad de Inteligencia Financiera y declaración de intereses, en lugar de ser motivadoras, alejan a los más competentes y calificados.
¡Despierten! Al Parlamento no puede llegar cualquiera y los partidos deben ser filtro para no proponer a los no calificados.