Por: Bruno de Ayala Bellido Cristina Fernández de Kirchner: la corrupción lleva tu nombre

Argentina, la hermosa Argentina, ese caótico e idílico país hermano lleno de locos entrañables, se puso la semana pasada en el ojo del mundo por una sentencia judicial que intenta ordenar la historia. En este mundo disfuncional que se mueven tan rápido, los acontecimientos se suceden uno tras otro, incluso hechos tan determinantes. La sentencia por corrupción contra la expresidenta de la República —el último dinosaurio del socialismo hispanoamericano— pasó casi desapercibida para el común de los mortales.

Cristina Fernández de Kirchner, desde que fue elegida presidenta en 2007 —y antes, cuando era primera dama del país junto a su esposo, ya fallecido, el también presunto corrupto Néstor Kirchner— se convirtió en una figura determinante en la política de la nación del tango y las medialunas. Este personaje, irresponsablemente demagógico y populista, que habla de los pobres mientras se enfunda en Louis Vuitton o Hermès y para quien viajar de vacaciones a Miami o Nueva York es algo normal para cualquiera, según su filosofía de vida, fue influyente en todo el hemisferio sur. Basta recordar su patética amistad con personajes igualmente patéticos como Hugo Chávez o Nicolás Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, los hermanos Castro —Fidel y Raúl, dictadores sátrapas de Cuba—, el sentenciado Lula da Silva en Brasil, o su cercanía con los ayatolás de Irán y, por ende, con el terrorismo islamista.

Cristina, un personaje de cómic mal contado, fue sentenciada por corrupción en la llamada Causa Vialidad, en la que se comprobó que direccionó obras públicas en la provincia de Santa Cruz (Patagonia), donde su difunto marido gobernó por más de una década. Está claro que esta pareja peronista, socialista y progresista por conveniencia, usufructuó el poder para enriquecerse, y lo lograron. Aun así, ella pontifica desde su cómodo departamento en el barrio de la Recoleta sobre lo injusto de su juicio y sobre como gobernar su país.

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Este juicio llevó todo el proceso legal amparado en las leyes argentinas: todas las instancias judiciales la condenaron. Seis años de prisión es el veredicto, junto a la inhabilitación para ejercer cargos públicos de por vida. Tiene más de diez causas abiertas esperando resolución judicial definitiva, pero esta es simbólica. Aunque la prisión que cumpla sea domiciliaria y aunque los años de condena sean, en el fondo, un guiño a la corrupción, lo cierto es que es una sentenciada, una corrupta, y el relato de las izquierdas, que todo lo distorsiona, no podrá convertir a este personaje siniestro en una heroína.

La corrupción en los movimientos de izquierda en toda Hispanoamérica es una constante. Difundir y comentar este tipo de noticias es hacerle un bien a los jóvenes que pronto votarán en nuestro país. El mensaje es claro: político de izquierda que te prometa un mundo mejor con sus políticas económica, en el fondo te está diciendo “vota por mí, necesito el dinero para satisfacer mis intereses personales”. La expresidenta de Argentina es un claro ejemplo. Lástima que no fue peruana: aquí estaría cumpliendo prisión efectiva y no menos de 25 años. Suerte la de la corrupta: debería darse con una piedra en el pecho, porque salió muy barata.

(*) Analista internacional

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