Por: Bruno de Ayala Bellido Cumbre social progresista en Santiago de Chile

“La estupidez humana puede ser infinita.”

Esta frase atribuida a Albert Einstein calza perfectamente con la reciente cumbre presidencial progresista denominada “Democracia Siempre”, que bien pudo haberse llamado “Viva el pensamiento único”. El evento, realizado en Santiago de Chile, dejó como postal oficial la clásica fotografía donde los líderes de Chile, España, Colombia, Uruguay y Brasil posan sonrientes e impávidos. Esta imagen quedará inmortalizada como registro histórico de una de las infamias más notables de nuestra era, una prueba más de que la especie humana, a diferencia de los animales, a menudo elige a los peores individuos para que la gobiernen.

Ver en esa imagen a Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, basta para entender el nivel de decadencia.

Pasará a la historia de su país como un personaje nefasto, a tal punto que figuras como la reina Isabel la Católica o Blas de Lezo —el heroico defensor de Cartagena de Indias frente al asedio inglés en 1741— se revolverían en sus tumbas. No sólo por la corrupción que envuelve a su gobierno, su esposa y varios funcionarios de su entorno —muchos de ellos investigados o detenidos—, sino porque ha pactado con el brazo político del antiguo terrorismo vasco (Bildu) y con los separatistas catalanes (Junts per Catalunya) para mantenerse en el poder. Pedro Sánchez será recordado como quien vendió la unidad de España e instauró, en los hechos, la dictadura de las minorías. Si España no reacciona pronto, entre este odiador profesional y la inmigración islamista, podrían destruir la patria de Cervantes, Gaudí y García Lorca más temprano que tarde.

Completan el elenco de este teatro tragicómico:

Gustavo Petro (Colombia), Gabriel Boric (Chile), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil) y Yamandú Orsi (Uruguay), todos alineados con las taras ideológicas del progresismo contemporáneo: aborto libre, ideología de género, lenguaje inclusivo, globalismo, indigenismo, religión climática, hormonización infantil y cesión de soberanía a los organismos multilaterales. Todo ello respaldado por su adoración al Estado gigantesco, porque mientras más grande sea el aparato estatal, más espacio hay para sus redes clientelares y los orcos burocráticos que viven de los impuestos ajenos.

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Saben que su tiempo se agota.

El discurso progresista pierde fuerza, y en todo el mundo despierta una nueva derecha: una derecha patriota, harta del pensamiento único que empobrece, anestesia y censura. Si no piensas como ellos, te llaman fascista. Pero el hartazgo ha llegado a tal punto, que la palabra “revolución”, antaño exclusiva de la izquierda, hoy empieza a escribirse de manera distinta. ¡Quién lo diría! El grito de libertad resuena cada vez con más fuerza, y los progresistas reunidos en Santiago de Chile lo saben… y tienen miedo.

Por eso se reúnen:

para confabular, para encontrar la forma de controlar por ejemplo las redes sociales de los pocos bastiones donde el pensamiento único está en cuestión —¿no es así, Lula da Silva?—. De estos personajes puede esperarse cualquier cosa: desde intentos por suspender elecciones, manipular resultados o aplicar sin pudor populismo puro y duro.

(*) Analista internacional