Por: Bruno de Ayala Bellido // El origen del odio entre India y Pakistán

La política y la religión son como el agua y el aceite se pueden llevar bien por cuerdas separadas, juntarlas es imposible sin caer en la tentación del totalitarismo, sin convertir a un país en una teocracia o en una monarquía absoluta y radical que impone qué hacer, cómo pensar y a quién rezar. El conflicto entre India y Pakistán, al igual que en Medio Oriente, tiene como componente distintivo las diferencias religiosas, el odio ancestral, las malas decisiones del imperio inglés y la ausencia de racionalidad.

Para entender la raíz de este mal debemos retroceder en el tiempo. Durante mucho tiempo, en el subcontinente indio (cuando aún no existía Pakistán), distintas confesiones religiosas convivieron en un delicado equilibrio: hindúes, Budistas, musulmanes, sijismo, cristianos, entre otros.

Con la conquista británica, ese equilibrio se rompió. A través de la Compañía Británica de las Indias Orientales, se introdujeron tres conceptos que distorsionaron profundamente la vida en la región: la redistribución de tierras, un nuevo sistema fiscal y la explotación de los recursos naturales. Con el paso de los años, y ante la inminente independencia de la India, el último virrey británico en el subcontinente, Lord Mountbatten, hizo tal vez su última siniestra jugada para mantener la influencia británica en la región: dividir al país en dos naciones, aprovechando la “imposible” convivencia entre musulmanes e hindúes y aplicando el principio de “divide y reinarás”. Así nació el Estado de Pakistán, de mayoría musulmana.

Se dejó de lado a Cachemira, una provincia de mayoría musulmana pero gobernada por un maharajá hindú, que aspiraba a la independencia. Fue invadida por Pakistán en 1947, dividiendo la región con la llamada “Línea de Control”.

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Años más tarde, en 1971, Pakistán Oriental se independizó con apoyo indio y se convirtió en la actual Bangladésh. El odio entre India y Pakistán se acrecentó y se consolidó definitivamente cuando ambos países adquirieron capacidad nuclear: India posee aproximadamente 180 ojivas nucleares y Pakistán unas 150. Cada una con una capacidad promedio de 50 kilotones, lo suficiente para matar a medio millón de personas en su zona cero.

Aquí radica el verdadero peligro del conflicto: no se trata de superpotencias con experiencia en el manejo de crisis, sino de dos países en constante tensión. Al menos uno de ellos, Pakistán, está fuertemente dogmatizado y profundamente influenciado por el islam radical, lo cual hace que cualquier escalada pueda tomar un curso desesperado.

Estados Unidos e Israel respaldan a India. Pakistán, por su parte, cuenta con el apoyo de Rusia, China e Irán. Un cóctel geopolítico de alto riesgo. La reciente visita del vicepresidente estadounidense J.D. Vance a la India —presuntamente para negociar su alejamiento del bloque BRICS y con ello evitar la revolución financiera del “yuan digital”— no es coincidencia. Esta diplomacia anticipada confirma que el tablero geopolítico está en movimiento frenético.

Tal vez la Tercera Guerra Mundial no comience en Europa ni en Medio Oriente. Tal vez la madre de todas las guerras se inicie en esta histórica región del mundo, bajo diversos pretextos, pero con una única gran motivación: la intolerancia religiosa.

(*) Analista Internacional

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