Por: Bruno de Ayala Bellido Elon Musk se va y llega la “cúpula de oro”: el misil Oresnik preocupa

“Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”, parece que el genio diagnosticado con Asperger, Elon Musk, dueño de Starlink y Tesla —con profundas relaciones comerciales tanto con Rusia como con China—, le tomó prestada esta frase al entrañable Joaquín Sabina para despedirse de Donald Trump.

Él y un grupo de jóvenes entusiastas se echaron al hombro el titánico esfuerzo de reducir el gasto público de uno de los países más derrochadores del planeta: los Estados Unidos de América. Musk estuvo al frente del muy publicitado DOGE (Departamento de Optimización Gubernamental y Eficiencia), una oficina inspirada en la famosa «motosierra» de Javier Milei. Lo intentó. Se movió dentro del llamado Estado profundo, accedió a información privilegiada, se enteró de todo… y no pudo más que renunciar. Si no se tocan el presupuesto de defensa ni las pensiones, todo esfuerzo de austeridad es en vano.

Se recuerdan memorables enfrentamientos con el secretario de Estado, Marco Rubio; con Peter Navarro, principal asesor comercial del presidente Trump; y con el secretario del Tesoro, Scott Bessent. Estos conflictos indican que el afamado empresario no era precisamente popular en los pasillos de la Casa Blanca.

Lo cierto es que Musk se va, y con él toda la información que manejaba, lo cual lo convierte en un objetivo para los servicios de inteligencia no solo de su país de adopción, sino también de China y Rusia, con quienes —como ya se ha mencionado— mantiene lucrativas relaciones comerciales.

Durante estos cinco meses, su trabajo logró reducir en algo el gasto gubernamental, pero el impacto no será significativo. Su último gran intento fue limitar el presupuesto militar. La respuesta del Estado profundo y del propio Donald Trump fue inmediata: la creación de la Cúpula Dorada, un sistema militar valorado en más de 175 mil millones de dólares, un intento por emular a la ya famosa Cúpula de Hierro israelí, pero con más tecnología y una mayor cantidad de satélites en órbita, lo cual incrementa aún más el gasto en defensa.

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En este intenso juego de póker geopolítico, los rusos sacaron recientemente una carta de debajo de la manga: el temido misil Oresnik. Esta arma fue probada con éxito en la ciudad ucraniana de Dnipró, demostrando una capacidad destructiva alarmante.

El misil, de características supersónicas (e incluso hipersónicas), es capaz de alcanzar la estratósfera y desde allí lanzar sus cargas a una velocidad superior a los 3.000 km/h. Puede portar ojivas convencionales o nucleares, y las defensas actuales de Occidente no están preparadas para enfrentarlo. Esta arma letal está siendo desplegada como respuesta a la reciente y sorpresiva incursión militar de Ucrania en territorio ruso.

Cuando decimos que esta arma haría ruborizar al mismo Satanás, no exageramos. Literalmente, hoy los rusos tienen la capacidad de destruir buena parte del mundo conocido. Y ese poder está en manos de un solo hombre: Vladímir Putin. Parece ser que, pese a los esfuerzos de Trump por alcanzar la paz, Rusia está dispuesta a “morir matando”.

(*) Analista internacional