Por: Dennis Falvy Los límites de la modernidad

La reciente y notable entrevista entre Peter Robinson y el historiador Frank Dikötter, desmiente la visión simplista de una China imparable e ilumina las grietas que sostienen su aparente esplendor. A primera vista, el país que hoy alberga a 1 400 millones de personas exhibe logros notables: cientos de millones sacados de la pobreza, autopistas impecables, ciudades relucientes y una armada capaz de rivalizar con la de Estados Unidos. Sin embargo, Dikötter insiste en que tras ese despliegue de modernidad late un sistema político cuya riqueza emana de los ahorros populares, mientras la mayoría apenas recupera migajas del crecimiento.

Vale decir una anotación, fuerte y clara que pone las perspectivas de este personaje en clara posición.

Señala entonces que el primer gran mito que derriba es el de las “estadísticas fiables”: en China no hay números que pueden tomarse al pie de la letra, ni en materia económica ni demográfica. Bajo el prisma oficial, entre 1978 y hoy habrían salido de la pobreza novecientos millones de personas; en la práctica, fueron los propios campesinos quienes, tras el caos producido por el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural, empezaron a cultivar parcelas privadas y a comerciar en el mercado negro. Cuando Deng Xiaoping “legalizó” esas iniciativas rurales a finales de los setenta, sólo legitimó un fenómeno que de hecho ya se había convertido en la verdadera locomotora del país.

Esa dualidad —ciudades relucientes frente a un campo muchas veces abandonado— se apoya en un sistema de registro de residentes (hukou) que reproduce un apartheid interno: los “ciudadanos” gozan de salud, educación y pensiones; los “campesinos” carecen de esos derechos fundamentales. Con esas bases, el Partido invirtió enormes recursos en proyectar una imagen de fortaleza y prosperidad, dejando para la posteridad autopistas bordeadas de rosas y urbes blindadas al desorden.

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El golpe de realidad llegó en 1989, con la protesta en Tiananmén, que no fue un motín puramente estudiantil sino un estallido social que recorrió decenas de ciudades, empujado por la inflación desbocada y la constatación de que los funcionarios se enriquecían a costa del pueblo. Cuando los tanques aplastaron aquel levantamiento, el mensaje fue inequívoco: ninguna concesión política es tolerable.

Con la llegada al siglo XXI y el ingreso en la OMC, la economía china despegó de nuevo, pero sobre la base de una sobreproducción gigantesca y empresas estatales insostenibles, mantenidas vivas por rescates continuos y la imposibilidad de quiebra. El milagro de los “dos dígitos” de crecimiento se tradujo en almacenes colmados de electrodomésticos, televisores y bicicletas que nadie quería comprar.

Xi Jinping retomó esa máquina con fuerza de dictador: reforzó la vigilancia masiva con cientos de miles de cámaras y drones, purgó el Ejército de posibles rivales y consolidó la narrativa de una China rodeada de “manos negras” occidentales dispuestas a subvertirla. Para él, el principal enemigo no está fuera, sino dentro: el recuerdo del caos revolucionario le impide cualquier atisbo de apertura política.

La paradoja de la China contemporánea es, según Dikötter, que su solidez aparente se basa en el miedo y el adoctrinamiento. Ni la tonificante retórica socialista ni la promesa de prosperidad material compensan la ausencia de libertades públicas. Esa combinación de proyección de poder y paranoia interna la hace más fragil de lo que parece: la primera grieta sería económica, si el yugo del Partido dejara de garantizar los subsidios; la segunda, política, si la nueva generación, nacida bajo la economía de mercado, llegara a exigir mínimas aperturas.

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En definitiva, la gran fortaleza china —su disciplina colectiva y capacidad de planificación— oculta un régimen que, lejos de evolucionar hacia la democracia, ha perfeccionado las viejas artimañas comunistas para mantenerse en el poder. Parafraseando a Dikötter, no hemos de temer a una súper potencia imbatible, sino a un coloso de barro capaz de imponer su orden desde el miedo y de construir un espejismo de modernidad que cruje bajo su propio peso.

El suscrito copia esta entrevista, pues me parece de importancia su lectura y crítica sobre el particular sobre este país que sin duda en varias décadas ha irrumpido con la fuerza de una super potencia a la cual no se le enmarca necesariamente en lo que se supone que ella es y adonde apunta.

Ver: https://www.youtube.com/watch?v=goEU7C1xmis