En el Perú los datos y hechos científicos suelen ser ignorados en favor de opiniones, temores y percepciones. La Moratoria de los Transgénicos (Ley 29811) prohíbe, basándose en creencias y suposiciones infundadas, la siembra (aunque no su consumo) en el Perú de los cultivos más estudiados y probados en el planeta. Igual ocurre con la promoción del cultivo del café orgánico que condena a los pequeños productores a rendimientos promedios de 15 a 20 quintales por hectárea mientras la plaga de la roya devora sus cosechas (como en la epidemia 2012-2014). Los ejemplos de una ciencia bajo asedio parecerían no ser la excepción sino la regla en nuestros hacedores de política. Cuando las políticas públicas ignoran o desechan la evidencia científica, los peruanos pagamos un precio muy alto y nuestro país ve su futuro sostenible cada vez más lejos.
Quien piense que este es un fenómeno únicamente peruano se equivoca. Alan Sokal, matemático de la New York University, logró publicar un artículo parodia en la revista arbitrada Social Text con el objetivo de expone y ridiculizar la falta de rigor de los llamados Estudios Culturales, que en esos años comenzaban a dominar las universidades de élite de los Estados Unidos. Sin embargo, las tensiones se habían iniciado un poco antes con las críticas ácidas, expresadas en el libro Superstición Superior (Gross y Levitt, 1994), a la izquierda académica, que había iniciado años antes la ‘deconstrucción’ de los textos científicos acumulados en más de 300 años con el trabajo y esfuerzo de muchos miles de científicos y que constituyen la base misma de lo que conocemos como ciencia moderna.
Las guerras o batallas culturales han constituido desde los años 1980 y 1990 el conflicto sobre valores, moral y autoridad que han cambiado el panorama cultural, para bien o para mal, de los Estados Unidos. Fue el affaire Sokal el que terminó señalando las Guerras de la Ciencia como parte de las Guerras Culturales. Mientras las guerras culturales abarcaban temas como aborto, religión y educación, las guerras de la ciencia se centraron en la autoridad de la ciencia, enfrentando a científicos, mayormente de las ciencias ‘duras’, contra críticos post modernistas en un contexto de gran polarización cultural. Ambos debates significaron una lucha sin cuartel en las universidades y medios por definir la verdad y la vigencia misma de la racionalidad que caracteriza a Occidente.
Estos fenómenos sociales aunque lejanos, nos afectan en el Perú; tardan en llegar, pero llegan. Muchos funcionarios públicos, activistas de ONG y algunos comunicadores sociales graduados mayormente en Humanidades y Ciencias Sociales en esas universidades extranjeras se encargan, a su regreso, de que así sea. A diferencia de Estados Unidos, el daño por estas latitudes es aún mayor ya que nuestra comunidad científica es muy pequeña y no muy proclive a opinar fuera de sus campos de estudio. Así las cosas, la verdad científica pierde, en la práctica, su primera línea de defensa.
Los primeros síntomas de esta guerra silenciosa en nuestro país se manifiestan en los medios tradicionales y en las redes sociales con la abundancia de desinformación en diversos temas que socavan la confianza de nuestra sociedad en la ciencia moderna. Nada es sagrado. Así, por ejemplo, se cuestiona la medicina moderna occidental en favor de prácticas ‘ancestrales’ y remedios ‘naturales’ o se popularizan las ‘bondades’ de la agricultura biodinámica para la llamada agricultura familiar. De pronto, los pesticidas pasan a llamarse ‘agrotóxicos’ y se reclama su abandono en favor de prácticas más ‘naturales’ y en armonía con las ‘energías’ de la Pachamama. Una forma nueva y reencarnada del vitalismo del siglo XIX. Las vacunas son denunciadas, de un momento a otro y sin fundamento técnico, como peligrosas para la salud. Los organismos genéticamente modificados (OGM) o transgénicos son producto de la codicia de las transnacionales y todos los que los defienden, estudian o apoyan su uso son traidores a la patria o se dice que están pagados por las transnacionales. Las ONG se convierten así en jueces de la integridad científica y deciden, sin ninguna prueba, que los OGM no son buenos para el Perú.
Otro factor que ha contribuido al avance de estas posiciones anticientíficas en los últimos 30 años es el descuido de la educación pública en la enseñanza de los conceptos más básicos de biología, física y química. Lo que es peor, se ha abandonado la racionalidad del método científico y la importancia de que cada afirmación debe estar respaldada siempre por una evidencia fáctica. En cambio, la educación se concentra de manera sesgada en el desarrollo de habilidades socioemocionales, aunque importantes, pero no tan útiles para entender racionalmente el mundo que nos rodea. De pronto la importancia del cuidado al medio ambiente adquiere ribetes cuasi religiosos. Ya no es importante entender racionalmente el significado del cambio climático y la biodiversidad sino cómo se los percibe y qué emociones nos despiertan.
No queremos repetir los errores en la manera cómo se enfrentó la última epidemia de Covid-19, en la que algunas voces solitarias advertían -bajo fuego graneado de quienes ignoraban el tema o tenían un interés político o económico- respecto del peligro del uso de pruebas serológicas rápidas con el equivocado propósito de diagnosticar presencia del virus; o continuar con la insensatez de la moratoria al cultivo de los OGM. Por ello, es necesario corregir el rumbo en la educación científica de nuestra sociedad. Así, cualquier ciudadano, más o menos informado, debería saber por ejemplo que una correlación no implica necesariamente causalidad. De esa manera sabría defenderse ante las tácticas de miedo que las ONG ambientalistas, autoridades sanitarias ignorantes o los gobernantes corruptos nos suelen hacer enfrentar. Es deber de los científicos, y también de los medios, educar a nuestra sociedad en temas científicos.
Finalmente, no olvidemos que la ciencia no es un consenso. Neil deGrasse Tyson, notable astrofísico y comunicador científico, nos recuerda que “la ciencia no es una democracia sino la dictadura de la evidencia”.
(*) Biólogo Molecular de Plantas y Profesor de la Universidad Peruana Cayetano Heredia
(**) Biólogo Molecular y Congresista de la República