“Padre, ¿por qué me has abandonado?”
No es solo una frase bíblica, ni una línea dramática grabada en los evangelios. Es el lamento más humano que ha surgido del alma desgarrada, un clamor que no distingue religión, raza ni tiempo. Todos, en algún momento de nuestras vidas, hemos sentido ese grito nacer desde lo más profundo del pecho, cuando la esperanza se debilita y las respuestas parecen haberse escondido del mundo.
Y sin embargo…
esa frase no habla únicamente de un padre de carne y hueso. Habla también de un Padre invisible, eterno, muchas veces incomprendido, que se manifiesta de formas sutiles, a veces a traves del sufrimiento, otras a través del silencio.
En la cima del dolor
cuando el cuerpo ya no sostiene y el espíritu parece disolverse en la incomprensión, esa frase “Padre, ¿por qué me has abandonado?” no es solo un clamor, es un grito del alma humana que no comprende, que no ve, que no encuentra a su creador… ni fuera ni dentro de sí. Quizá el problema no es su ausencia, sino nuestra cegera. Porque muchas veces, el Padre verdadero está dentro de ti. No es el que te carga en brazos, sino el que te deja caminar solo para que descubras de qué estás hecho. No es el que responde todas tus preguntas, sino el que permite que explores la oscuridad para que aprendas a encender tu propia luz.
Ese Padre interior
no es cruel. Es sabio. Y su aparente abandono es, muchas veces, una forma profunda de amor, la que te deja libre, la que no te ahoga con soluciones faciles, la que te empuja a crecer.
Padre también es el que existe
en la historia de muchos hombres y mujeres que dieron todo por un ideal, como el que dedicó su vida a formar generaciones, el que sembró justicia desde una trinchera o una oficina olvidada. Ese padre que sacrificó afectos, salud, tiempo y hasta su familia, por dejar una huella duradera, por hacer el bien. Muchas veces su dolor, aunque silencioso, es tan profundo como el de aquel que gritó desde la cruz.
Pueden sentirse abandonados
los más grandes, los más santos, los más puros… ellos también atraviesan la oscuridad, incluso los salvadores del mundo tienen derecho a quebrarse.
Con el tiempo
podemos descubrir que nunca fuimos abandonados, sino transformados, que el dolor forjó carácter, que la ausencia despertó madurez, que la distancia permitió el vuelo.
El hijo que un día clamó
“Padre, ¿por qué me has abandonado?”, fue también el hijo que venció a la muerte y resucitó. El que comprendió después del silencio que el amor del Padre era tan profundo que incluso permitió el sufrimiento… para alumbrar vida nueva.
Cuando grites
“Padre, ¿por qué me has abandonado?” no temas, ese grito no es el final, es el principio de tu revelación, es el momento en que el alma rota se abre… y deja entrar la verdad. Una verdad tan antigua como el universo. No fuiste abandonado. Estás siendo llamado. Estás siendo forjado. Estás siendo amado, más allá de lo que puedes comprender. Sea cual sea tu historia, esta frase te pertenece. Es un espejo, un eco, un grito… y también, una promesa.
“No estás solo.
Nunca lo estuviste. Nunca lo estarás.”