Recuerdo los días en que los helicópteros militares eran nuestro transporte común hacia las zonas más golpeadas por las emergencias. No había glamour, solo tierra, barro y el compromiso de estar al lado del pueblo. Desde las botas empapadas en Piura hasta las madrugadas organizando coberturas de prensa en Palacio, viví de cerca una etapa intensa del país. En medio de ese vértigo, Martín Vizcarra siempre fue un rostro sereno, analítico, a veces hermético, pero innegablemente lucido. No solo lo vi actuar como ministro al lado de PPK, sino que fui testigo del temple con el que asumió el mando presidencial.
Hoy, el llamado “Lagarto” vuelve a ocupar espacio en la conversación pública. Y no por un escándalo nuevo, sino porque, pese a las dos inhabilitaciones que pesan sobre él, sigue liderando las preferencias populares. Según la última encuesta nacional de CPI (mayo de 2025), un 15.1% de los peruanos votaría por Vizcarra si las elecciones fueran mañana. Esta cifra no solo lo coloca como el candidato con mayor intención de voto, sino que también abre un debate político, jurídico y, por qué no, emocional en torno al futuro del país.
En contraste, Keiko Fujimori, una figura ya conocida por el electorado, apenas alcanza un 11.3%, mientras que Antauro Humala ronda el 9.5%, seguido de Rafael López Aliaga con un 7.2%. La distancia entre Vizcarra y sus contrincantes refleja algo que va más allá de números: habla del arraigo simbólico que tiene con una parte del pueblo que no olvida lo que hizo, y que aún confía en su liderazgo, pese a las sombras judiciales.
Claro, no todos celebran estos resultados. El aprista Luis Miguel Caya ha presentado una denuncia formal contra la encuestadora CPI por haberlo incluido en su estudio. Exige al JNE que sancione y deje constancia de que Vizcarra está “inhabilitado” y no puede figurar como opción válida. Pero, ¿qué significa realmente esa reacción? ¿Miedo político? ¿Temor a que el “lagarto” resurja y vuelva a reptar, lento pero firme, hacia Palacio?
Ese apodo “el lagarto”, que muchos usan con sorna, es hoy casi un símbolo de resiliencia. En lugar de negarlo, Vizcarra lo ha asumido con inteligencia y sentido del humor: desde el “panetón del lagarto” hasta TikToks que lo acercan a un público más joven.
¿Frialdad? Tal vez. ¿Cálculo? Posiblemente. Pero, ¿acaso no son también cualidades necesarias para sobrevivir en la selva política peruana?
Como publicista y periodista, pero sobre todo como alguien que vivió desde adentro su ascenso, veo en Vizcarra un caso único: un expresidente con heridas abiertas, pero que aún genera esperanza. Un hombre que, como dice la biología del apodo que lo persigue, sabe regenerarse, camuflarse y adaptarse al entorno con astucia. Un sobreviviente de un sistema político que no perdona, pero que a veces premia la coherencia, la templanza y la capacidad de conexión genuina con el pueblo.
Y no olvidemos que este mismo pueblo, hace apenas unos años, lo amó con fuerza: terminó su mandato con una aprobación del 77%, una cifra que habla por sí sola. Ahora, con 15.1% de apoyo en las encuestas, sin si quiera estar habilitado, demuestra que sigue latiendo en la memoria emocional del Perú.
¿Será posible que vuelva? ¿El sistema legal lo permitirá? ¿Se convertirá su candidatura en una lucha simbólica del pueblo contra el sistema? Las respuestas están por escribirse. Pero de algo estoy segura: mientras algunos se escandalizan por su inclusión en una encuesta, otros ya están soñando con el regreso del lagarto.
Porque a veces, y esto lo sabe cualquier publicista, los apodos no matan… hacen marca.