La historia de Medio Oriente, marcada por conflictos existenciales y amenazas persistentes, ha enseñado que la pasividad frente al extremismo es tan peligrosa como la violensia misma. Para Israel, nación nacida tras la tragedia del Holocausto y cercada desde su creación por enemigos que cuestionan su derecho a existir, la seguridad no es una estrategia: es una necesidad fisiológica.
El reciente ataque israelí sobre infraestructura militar en Irán no es un acto de agresión, sino un ultimátum inevitable y legítimo. Irán no solo ha sostenido durante décadas una retórica de odio —donde sus autoridades califican a Israel como un “tumor canceroso que debe ser erradicado”—, sino que ha traducido ese discurso en acción:
Hezbolá al norte, los terroristas de Hamas y otras milicias en Gaza al sur, y otras fuerzas aliadas bajo patrocinio y financiamiento iraní (Yemén) llevan a cabo agresiones sistemáticas contra Israel, atacando poblaciones civiles y desestabilizando la región.
Esta ofensiva sostenida no debía quedar sin respuesta. Israel no ha actuado por revancha ni cálculo geopolítico, sino por un principio elemental: defender su existencia. A diferencia de los ataques iraníes, que han golpeado deliberadamente a civiles y centros urbanos, la respuesta israelí se ha concentrado exclusivamente en infraestructura nuclear estratégica y altos mandos militares directamente involucrados en el aparato de agresión. Es una acción quirúrgica, limitada y defensiva, cuyo propósito es restaurar la disuasión y evitar un escenario de aniquilación.
A esta ya grave situación se añade un elemento de extrema preocupación: el programa nuclear iraní acaba de entrar, según una evaluación sosegada del propio OIEA, en una “zona gris” que puede volverse irreversible. El 12 de junio de 2025, la Junta de Gobernadores del OIEA aprobó una resolución en la cual determinó que “Irán no ha cooperado plenamente” al respecto y que “sus múltiples violaciones a sus obligaciones internacionales desde el año 2019 constituyen incumplimientos sustantivos”. El informe completo publicado días antes es aún más claro: Irán es el único Estado no nuclear con laboratorios que producen y acumula uranio enriquecido al 60 % fuera de cualquier límite de inspección del OIEA. Irán nunca declaró todas las actividades en esas delimitaciones ni dio a los equipos de verificación acceso adecuado para asegurar que el material no se desvíe. Con el régimen también desmantelando sistemáticamente los sistemas de monitoreo del JCPOA, la amenaza ya no es hipotética: es técnica y confirmada.
La escalada es posible. Si Irán sigue cruzando umbrales morales y amenaza con convertir esta guerra en un conflicto regional total, Israel se verá obligado, si se encuentra en peligro, a utilizar cualquier herramienta de defensa a su alcance, incluidas las armas de destrucción masiva, contra un régimen que juró destruirlo. No lo hará por deseo sino por supervivencia.
Además, no puede obviarse que el debilitamiento de Irán representa también un alivio estratégico para varias naciones árabes, aunque no lo expresen abiertamente. La expansión regional del régimen chiita de Teherán -alimentada por una nostalgia activa del antiguo imperio persa- inquieta tanto a Israel como a los árabes suníes, que ven con recelo el intervencionismo de Irán en Siria, Líbano, Irak o Yemen. En este contexto, el mensaje israelí actúa como un dique de contención frente a un teocratismo hegemonico que amenaza con alterar el delicado equilibrio del mundo árabe, desde el Golfo hasta el Mediterráneo.
La cooperación de EE. UU. a Israel ha sido igualmente vital, aunque no intervino directamente en Irán. Washington no subestima la misión vital de proteger a su aliado más fuerte en Medio Oriente: no es simplemente una obligación basada en la estrategia, sino también una necesidad a la vista del orden disuasivo regional amenazado por regímenes totalitarios y expansionistas. La defensa de Israel constituye una defensa de la estabilidad regional.
Simplemente, no hay simetría moral alguna entre un Estado que defiende a su pueblo y un régimen que teocráticamente dirige a exterminar al mismo.
En otras palabras, el mundo no puede exigirle a un país que muestre contención a quien solo desea vivir, mientras guardan silencio frente a aquel que predica, una y otra vez, la guerra como destino.
Israel ha hablado. Y lo ha hecho no solo con misiles, sino con una determinación que dice: la existencia no se negocia, se defiende.
(*) Premio mundial de periodismo “Visión Honesta 2023”