Vivimos en lo que los científicos han denominado el «Siglo de la Gran Prueba», una época donde la humanidad enfrenta desafíos sin precedentes.
Los datos de 2024 confirman esta realidad: fue el año más caluroso desde que se tienen registros, con temperaturas 1,55°C por encima de los niveles preindustriales, mientras que en marzo de 2025 la concentración de CO₂ en la atmósfera alcanzó las 430 partes por millón, niveles no experimentados en tres millones de años.
El cambio climático añadió 41 días adicionales de calor extremo durante 2024, y ahora se registra un fenómeno meteorológico cada semana a nivel mundial. Mientras escribo este artículo, Europa enfrenta en julio de 2025 una ola de calor que ha llevado a España, Portugal, Italia, Francia a temperaturas de hasta 39°C, en Sudamérica experimentamos simultáneamente uno de los inviernos más fuertes de la historia. Una masa de aire polar recorre Argentina, Chile y Uruguay, llevando las temperaturas a -15°C en algunas zonas, provocando al menos quince muertes y obligando a restringir el suministro de gas en Argentina.
Buenos Aires registró 1,9°C bajo cero, la temperatura más baja en 34 años, mientras la nieve cubrió por primera vez en más de una década partes del desierto de Atacama, el lugar más seco de la Tierra.
Esta paradoja climática, donde el hemisferio norte sufre calor abrasador al mismo tiempo que el hemisferio sur enfrenta frío polar extremo, ilustra perfectamente lo que Naciones Unidas ha denominado como el «empeoramiento de los impactos del cambio climático». La ONU expresó recientemente su preocupación por las repercusiones sociales y económicas de estos extremos, señalando que lo ocurrido en Sudamérica contrasta dramáticamente con el calor que pone vidas en peligro en Europa, subrayando aún más la urgencia de respuestas sistémicas a esta crisis. La ética gaiana toma su nombre de la teoría Gaia desarrollada por el científico James Lovelock y la bióloga Lynn Margulis, que concibe la Tierra como un sistema vivo autorregulado donde todos los componentes están interconectados.
Sin embargo, esta perspectiva trasciende el ámbito puramente científico para proponer una nueva cosmovisión que integra rigor científico, sabiduría tradicional y dimensiones espirituales en una síntesis comprensiva. En lugar de vernos como los «dueños» o «administradores» del planeta, la ética gaiana nos reconoce como «animales con responsabilidades especiales» dentro de la biosfera, parte integral de la Tierra y no sus dominadores.
Las respuestas institucionales, aunque bien intencionadas, resultan insuficientes. La ética gaiana implica transformaciones concretas a múltiples niveles. A nivel personal, requiere reducir drásticamente el consumos material, reconectar con la naturaleza local, desarrollar una espiritualidad que reconozca lo sagrado en el mundo natural, y participar activamente en movimientos, estos cambios individuales, aunque necesarios, resultan insuficientes sin transformaciones sistémicas profundas.
El Alto Comisionado de Derechos Humanos de la ONU declaró recientemente que la crisis climática constituye una «crisis de derechos humanos» que amenaza el derecho fundamental a la vida, la pregunta ya no es si necesitamos transformación paradigmática, sino si seremos capaces de aprender a habitar la Tierra para sobrevivir. Gracias por leerme.
(*) Abogada Constitucionalista