Revolución conservadora | Diario Financiero

El auge del nacionalpopulismo que se está viviendo en diferentes lugares del mundo está siendo interpretado de manera diversa por los observadores. Mientras que los liberales y progresistas desconfían de una peligrosa normalización de la “extrema derecha” (Cas Mudde), denuncian la llegada de “hombres fuertes autoritarios” (Gideon Rachman) o creen que significa el retorno de la “autocracia” y el “declive de la democracia” (Anne Applebaum), los conservadores tienden a ver el fenómeno con la esperanza de que podría devolver las cosas a su lugar correcto. Esta última perspectiva recibe menos atención mediática, por lo que es importante revisar sus argumentos.

“Necesitamos un conservadurismo ofensivo, no solo uno que intenta evitar que la izquierda siga haciendo lo que no nos gusta”, sugiere el vicepresidente de los Estados Unidos, J.D. Vance, en el prólogo del libro “Dawn’s early light”.

Kevin Roberts, presidente de la Heritage Foundation, un centro de estudios conservador con sede en Washington D.C., ha publicado un libro que ilustra este punto de vista. En “Dawn’s early light” (un título sacado de un verso del himno nacional estadounidense), Roberts reafirma la acusación conservadora de que Estados Unidos se enfrenta a una especie de “conspiración contra la naturaleza” impulsada por élites políticas, culturales y corporativas cuyos intereses difieren significativamente de los de los ciudadanos en general. Según él, se trata de una conspiración “contra las sociedades civilizadas basadas en el orden, el sentido común y la gente común” y se manifiesta en la sistemática “destrucción de las instituciones que definen el estilo de vida americano para reemplazarlas por compromisos ideológicos e imperativos burocráticos”.

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Otro analista conservador, Christopher Caldwell, ha señalado que, desde la década de 1960, Estados Unidos ha estado experimentando un creciente antagonismo entre dos comprensiones político-culturales: por un lado, la izquierda liberal progresista, que favorece una reforma incremental que expande infinitamente la autonomía individual, considera que el Estado debe garantizar derechos cada vez más inclusivos y cree que Estados Unidos debe promover la democracia, la economía globalizada y los valores progresistas; por otro lado, una derecha conservadora que ve la Constitución de 1787 como un texto fundacional casi sagrado que reconoce derechos asociados con obligaciones ciudadanas, limita el poder del Estado dentro y fuera del país y aboga por un retorno a la tradición.

El problema, según Roberts, es que la interpretación “sesentera” ha ido imponiéndose gradual y constantemente y que, como afirma el vicepresidente J.D. Vance en el prólogo del libro, la derecha republicana tradicional no ha querido o no ha podido detener este proceso, convirtiéndose en el vagón de cola de un proceso que corrompe a la sociedad estadounidense. La solución, dice Roberts, es “formar un círculo de carretas y cargar los mosquetes”, al estilo de los pioneros del Viejo Oeste. Lo que se necesita no es seguir jugando a la defensiva para apagar el fuego y venerar las cenizas, sino pasar al ataque para reconstruir. “Necesitamos un conservadurismo ofensivo, no solo uno que intenta evitar que la izquierda siga haciendo lo que no nos gusta”, sugiere Vance.

Esta actitud contrarrevolucionaria también distingue a los partidos y movimientos nacionalpopulistas en Europa, que han experimentado un amplio avance electoral a pesar de las prohibiciones, vetos y medidas de dudosa legitimidad impuestas en su contra por el establishment liberal progresista de ese continente. La tendencia es clara y amenaza con generar un cambio político y cultural de gran peso con consecuencias difíciles de predecir. Estamos viviendo tiempos de incertidumbre y de choque entre cosmovisiones arraigadas.

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