¡Feliz día, querido Perú!
Serás grande por siempre. Pero para asegurar esa grandeza, debemos primero dominar nuestros demonios internos. Y uno de los más urgentes es desenmascarar la historia del Perú mal contada, esa educación sesgada y llena de mentiras y medias verdades, forjada durante la revolución del infame gobierno del general Juan Velasco Alvarado en los años 70. Ese régimen solo buscó estigmatizar al indígena, dañar nuestra herencia hispana y menospreciar al Reino del Perú.
Aquí va el primer dato clave de esta columna:
nunca fuimos una colonia, fuimos un reino; no pertenecimos a España: éramos España.
Simón Bolívar odió y envidió profundamente al Perú. Que no quepa la menor duda: que exista una plaza, una calle, una avenida o un monumento que recuerde su memoria es una ofensa al Perú, a su historia y a su grandeza. Este caudillo militar nos despojó de Guayaquil y del Alto Perú, y pretendió regalarle a la siempre caótica Bolivia nuestras provincias de Tacna y Arica. Forzó y logró una independencia para la cual el Perú no estaba preparado. Tal vez nos hubiéramos demorado 15 o 20 años más, pero habría sido un proceso natural. Las consecuencias pudieron haber sido un país más grande, más fuerte y, quizás, con una mejor clase política: sin las Dinas Boluarte, los Pedros Castillo, las Verónikas Mendoza, los Acuñas y los Cerrones de turno.
En una carta enviada al general Francisco de Paula Santander —su amigo, correligionario y agente al servicio del Imperio Británico— Bolívar desnuda sus verdaderos sentimientos hacia el Perú y otros pueblos bajo su influencia. Cito textualmente:
“Estos peruanos son los hombres más miserables para la guerra. Yo creo que he dicho a Ud. antes, que los quiteños son los peores colombianos. Los venezolanos son unos santos en comparación con esos malvados. Los quiteños y peruanos son la misma cosa: viciosos hasta la infamia y bajos hasta el extremo. Los blancos tienen el carácter de los indios, y los indios son todos truchimanes, todos ladrones, todos embusteros, todos falsos, sin ningún principio moral que los guíe.”
¿Ese es el “Libertador”? En el Perú, su título debería ser otro: el de “Odiador”. Bolívar, al servicio del rey Jorge IV del Reino Unido, siempre tuvo como objetivo debilitar al Perú. Así lo demuestra la orden que dio a Joaquín Mariano Mosquera —político y diplomático colombiano— antes de su llegada al Perú:
“A mi llegada, el Perú debe ser un campo arrasado para que yo pueda hacer con él lo que convenga.”
Se pueden escribir libros sobre el profundo desprecio de Bolívar hacia el Perú. De hecho, el escritor peruano Herbert Morote tiene uno que debería ser lectura obligatoria en todas las escuelas del país.
Vivimos tiempos en los que la verdad histórica empieza a abrirse paso. Lo dije al inicio: hay que dominar nuestros demonios internos y sincerarnos como nación. El Perú siempre fue grande: con un pasado prehispánico majestuoso y un Reino Español que aún causa envidias y enconos. Rescatar lo mejor de ambos mundos no solo sanará heridas: evitará que repitamos los errores del pasado.
Somos, finalmente, producto de un mestizaje hermoso, criados bajo la cruz. Nuestro destino está marcado: ser líderes del Pacífico Sur. Eso es inevitable.
¡Viva el Perú!
(*) Analista internaciónal