Tren bioceánico: las disputas de poder en el Pacífico Sur.

El Perú, hijo de rey español y princesa inca. Eran finales de la década de 1870, una nación devastada y humillada, con el honor mancillado. El otrora “Reino del Perú”, ahora república independiente, cargaba sobre sus espaldas el peso de una historia milenaria: más de 5,000 años de cultura. Fue invadido y flagelado por una ex capitanía general, también convertida en república, sin mayor pasado que haber sido apéndice de este reino. Chile ganó la Guerra del Pacífico en 1879, convenientemente subvencionada por el Imperio Británico. El motivo: la búsqueda de riqueza y espacio vital. La República del Perú fue traicionada por un “pariente pobre” e irrelevante llamado Bolivia. La capital, Lima, fue devastada; su Biblioteca Nacional, con ejemplares y esculturas que solo un país europeo poseía en esos tiempos, saqueada y sus piezas llevadas como trofeo de guerra. Parecía el triste final de una novela apocalíptica.

Pero la vida siempre ofrece segundas oportunidades. Ciento cincuenta años después, en un escenario distinto —una guerra donde el comercio y la tecnología son la piedra angular—, con otras potencias jugando la partida más importante del ajedrez geopolítico del siglo, se está escribiendo un nuevo final para aquella novela. Un final que empieza a poner las cosas en su lugar, devolviendo al viejo Reino del Perú el sitial que nunca debió perder en el Pacífico Sur.

Todo comenzó con un puerto: Chancay. Totalmente automatizado, con tecnología de punta —como se dice hoy— y un calado con capacidad para recibir los super barcos del siglo XXI. La visión del sector privado peruano y una ubicación geográfica envidiable deberían definir el destino del país: hacia finales de este siglo, convertirse realmente en el número uno en el Pacífico Sur.

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Está claro que a su “enemigo íntimo”, Chile, esto le sabe muy mal. Más aún al saber que, hagan lo que hagan —construyan trenes o carreteras para alimentar sus puertos como Arica, Iquique, Valparaíso o el mismo San Antonio—, toda la mercadería del propio Chile y de los países que se integren a su circuito (Argentina, Paraguay, Uruguay y Bolivia) terminará, inevitablemente, en Chancay. Los mega barcos esperan para dar el gran cruce del Pacífico hacia Shanghái, y con ello hacia todo el sudeste asiático, donde está el futuro y el gran mercado. Eso es algo que los políticos chilenos no terminan de decirle a su gente. La realidad es que sus puertos se están convirtiendo en puertos de cabotaje, simples alimentadores del gran puerto de Chancay. Dicen que la venganza es un plato que se sirve muy frío.

¿Y qué pasa con Bolivia? Enredada en sus propios fantasmas, su destino está escrito desde el momento mismo en que su independencia fue decidida por el hombre que más odió al Perú: Simón Bolívar. Cualquier intento de integración al futuro tren bioceánico sería una locura. Es un país sin tratados de libre comercio, con una inflación galopante, sin reservas internacionales y completamente infectado de socialismo irracional. Nadie en su sano juicio dejaría el futuro del comercio regional y una inversión de tres mil quinientos millones de dólares, en manos de vándalos capaces de tomar las vías férreas para sus propósitos más bajos. Todo parece ser que este juego geopolítico del pacifico sur lo ganaría el Perú que así sea.

(*) Analista internacional

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