El idioma inglés se presta a la creación de términos que reflejan realidades novedosas. Span tiene que ver con abarcar, extenderse en el tiempo y el espacio. Si le colocamos antes vida, se refiere a los años entre nuestro nacimiento y el último suspiro: lifespan.
Nunca los seres humanos hemos podido esperar vivir tanto al momento de nacer como en los últimos 100 años. Antes, el ciclo vital no iba mucho más allá de la crianza de la próxima generación. Hoy, son muchos los que acompañan a nietos y atisban biznietos.
Los pesimistas —quizá cínicos y realistas— preguntan cuánto cuesta a la sociedad tres décadas ganadas. ¿Vale la pena cuando tomamos en cuenta los enormes recursos para curar los achaques de los cada vez más numerosos integrantes de la cuarta edad? ¿Cuál es el sentido de un larguísimo lifespan que no se traduce en un razonable healthspan, es decir, vida saludable?
Felizmente, ya hay varias generaciones que han entendido el valor de ciertos hábitos. Rutinas de alimentación proactiva centradas en comer lo sano y evitar lo dañino, una cultura de excelencia física y práctica deportiva, así como adelantos en la medicina preventiva —a pesar de modas cambiantes y exageraciones de billonarios buscadores de eternidad—, nos han llevado a que los 60 son los nuevos 50, los 70 son…, bueno, sí: vivimos más y también, con algo de suerte y esfuerzo, más tiempo sanos.
Más viejos y aún razonablemente sanos, pero ¿gozamos esos lapsos con los que la humanidad aún no tiene tanta experiencia? Ya no hay potitos que limpiar, peldaños corporativos que escalar y pupilos que mentorear. Nadie parece necesitarnos, quienes nos siguen están profundamente involucrados en horizontes temporales inalcanzables, y todos los posibles libretos de lo cotidiano y lo que se escapa de lo habitual no parecen contener sorpresas. ¿Hay lo que se llama joyspan?
¿Quiénes logran combinar longevidad, salud y goce?, ¿qué tienen o hacen? Hay un patrón.
Una red de vínculos sólidos. La calidad de las relaciones cercanas —capacidad de confiar, compartir, escuchar—, así como la posibilidad de dar, tienen un impacto tan poderoso como el ejercicio regular.
Cultivan la curiosidad: por lo nuevo, lo cotidiano, lo que cambia y lo que permanece. No esperan grandes acontecimientos; encuentran satisfacción en la continuidad de pequeños placeres, en la novedad modesta de un paseo distinto o de una conversación repetida con matices inesperados. Les interesa conocer más, aprender y sorprenderse.
Han hecho las paces con su pasado. No necesariamente optimistas, pero sí dueños de una narrativa que integra heridas y logros, pérdidas y conquistas. Una historia de vida que cuentan sin tartamudeos emocionales ni grandes omisiones, que contiene gratitud, sentido del humor y perspectiva.
Finalmente, emprenden pequeños proyectos, tareas sin apuro, recuperación de talentos dormidos o habilidades ignoradas. No es tanto “seguir siendo útil” como seguir sintiéndose parte del mundo que se mueve.
Tal vez el joyspan —el tramo de goce, sentido y plenitud de la última parte de la vida— sea un indicador de bienestar colectivo. A diferencia del lifespan o el healthspan, no depende solo de avances científicos, sino también de elecciones sutiles, casi invisibles, que se renuevan cada día.