Este artículo del Financial Times, que se aleja de mi área de expertise, considero que es crucial no pasarlo por alto. Todo lo contrario.
El experto Martin Sanbu señala que el Ártico muestra una versión intensificada de cómo avanza el cambio climático en otras partes del mundo.
Desde una perspectiva geopolítica, las temperaturas podrían elevarse más rápido en la región si no se maneja con una gobernanza cuidadosa.
A medida que crecen las tensiones diplomáticas y el cambio climático facilita el acceso a recursos naturales y rutas marítimas, más gobiernos buscan promover sus intereses o impedir que otros lo hagan.
Donald Trump insiste en que su país tome control de Groenlandia; Vladimir Putin busca oportunidades para dominar Svalbard, el archipiélago noruego del Ártico.
El creciente interés geopolítico en la zona es innegable.
Steve Witkoff reflexionó recientemente sobre los beneficios de que EE.UU. y Rusia colaboren en el Ártico.
China se ha autodenominado un Estado «cercano al Ártico».
Turquía se adhirió recientemente al centenario Tratado de Svalbard, que reconoce la soberanía noruega pero garantiza acceso no discriminatorio a nacionales de los países firmantes para residencia y ciertas actividades comerciales.
Ankara argumenta que es estratégico estar presente en la región.
Esa opinión es compartida por muchos.
Svalbard es una pieza clave del rompecabezas que se arma en el Ártico.
Su ubicación es clave: la ruta más corta para misiles entre Rusia y EE.UU. pasa por el Polo Norte; está cerca de la base rusa de submarinos nucleares en la península de Kola; y es un punto ideal para monitorear actividad submarina y comunicarse con satélites en el Ártico.
Locales y autoridades noruegas se enorgullecen de cómo han cumplido con el Tratado de Svalbard, evitando dar a Rusia excusas para provocaciones.
De hecho, Noruega quizá ha sido demasiado neutral: en 2022 denegó a una empresa estadounidense-turca usar una estación satelital por sus vínculos militares. El tratado prohibe usarla con «fines bélicos».
En contraste, algunos en Noruega cuestionan si Oslo controla adecuadamente cómo Rusia utiliza los datos que se le permiten descargar.
El riesgo geopolítico más inmediato no es un conflicto armado, sino la erosión del consenso internacional sobre la gobernanza ártica.
Los comentarios de Trump sobre Groenlandia, que rompieron tabúes, pusieron en duda la inviolabilidad del derecho internacional en la región.
Rusia ha cuestionado sistemáticamente, de mala fé, el cumplimiento noruego del Tratado de Svalbard.
En teoría, los límites deberían ser claros y estables.
De los cinco Estados árticos, cuatro son de la OTAN: Noruega, Dinamarca, Canadá y EE.UU. (Islandia, Finlandia y Suecia también tienen territorio dentro del Círculo Polar Ártico). Rusia es el quinto.
Pero gran parte de la región está gobernada por dos países pequeños cuya soberanía, aunque legalmente firme, es políticamente vulnerable debido a regímenes atípicos: el estatus autónomo de Groenlandia (Dinamarca) y el Tratado de Svalbard (Noruega).
Ninguno cuenta con el respaldo total de aliados que garantice estabilidad en el Ártico.
Ver: https://www.ft.com/content/20b4c69f-06d5-4c60-82b5-c0cf52b98f3d
El artículo Por: Dennis Falvy // Un real y álgido problema apareció primero en La Razón.