Ximena Vial (@historiadicta): “Quise escribir un true crime más dignificante para las víctimas”

Son cuatro casos policiales que ocurrieron con más de dos siglos de distancia. Carmen del Pino, fusilada en 1854 por asesinar a su marido; el crimen de Rebeca Larraín en manos de su esposo en 1933; la enigmática muerte de Alice Meyer en 1985 y finalmente Fernanda Maciel, desaparecida en 2018 y encontrada 500 días después sepultada bajo cemento en el patio del hombre que le quitó la vida.

¿Por qué ellas? Sentada en el living de su casa, Ximena Vial Lecaros (36) explica que todo comenzó tras leer el libro Por él de Inés Echeverría, donde la escritora narraba el asesinato de su hija Rebeca por parte de su marido Roberto Barceló, quien fue fusilado. Se le ocurrió preguntarse si habría mujeres ajusticiadas de igual manera en Chile. Investigando dio con la transcripción del juicio a Carmen del Pino, la segunda mujer ejecutada en nuestro país. “Fue como encontrar un tesoro, en esa época casi no hay pericias científicas entonces todo eran testimonios cuyos diálogos se podían recrear. Perfecto para hacer una entrada a la historia del siglo XIX en Chile”, explica la autora de Cuatro crímenes de mujeres que estremecieron Chile.

El caso de Alice Meyer impactó a la opinión pública en los ‘80, porque se trató de un brutal asesinato en Lo Barnechea en el que se habría inculpado a un inocente para proteger a un sospechoso más poderoso. Lo más difícil fue escoger a Fernanda Maciel, por sobre otros casos de femicidio contemporáneo. La decisión pasó por el hecho de que el victimario fuera su amigo: “eso muestra esa sensación tan explicativa de la violencia hacia las mujeres, incluso por parte de alguien de confianza”. La investigadora concluye: “Pareciera que la opinión pública no cambia a lo largo de la historia, pero hay algunos matices dependiendo de la época y cómo la gente reacciona ante estos casos”.

A través de cada capítulo realiza una fotografía de la época, recreando el ambiente, las costumbres, los hitos políticos. “Terminé estudiando historia porque me gustaba leer historia novelada tipo Julia Navarro o Ken Follet, incluso en mi adolescencia a Bárbara Wood con títulos como Vírgenes del paraíso, que tienen poco de archivo y mucho de ficción, pero que me daban una entrada a imaginarme lugares y culturas distintas. Aunque este libro está basado en archivos históricos, intenté que tuviera una narrativa atractiva para un número amplio de lectores”, dice.

Su misión era transmitir cómo se veía y olía Chile en 1854 o en 1933, afirma. Eso requirió un largo trabajo de documentación, yendo a la Biblioteca Nacional a buscar imágenes y notas de prensa de la época. “Me pongo a pensar cosas cotidianas: si vivo en 1852 ¿qué desayuno tomaría? ¿Cómo se calienta el agua si no hay luz eléctrica?”, comenta. La investigación duró unos tres años. Era una idea que ya masticaba cuando la contactaron desde la editorial Penguin Random House y le propusieron hacer un libro.

Recorrido y docencia
Cuando tenía 9 años Ximena se fue a vivir al Salvador y luego a Ecuador. Ahí pasó parte importante de su adolescencia, y volvió a Chile a los 17 años. Estudió un semestre de Derecho y se cambió a Historia en la PUC. Continuó sus estudios con un magister en Antropología en la Universidad de Columbia entre 2014 y 2016, se quedó un año más trabajando en Nueva York y luego volvió a Chile a hacer clases. Actualmente imparte distintos cursos en la Universidad Católica, la UDP y la Universidad Alberto Hurtado.

“Cuando empecé a dar clases sentía que lo que les hablaba a mis alumnos estaba alejado de la realidad”. Entonces decidió abrir un canal de comunicación para poder hablar de Historia usando sus propias palabras, pero también de cocina, maquillaje u otros temas. Abrió la cuenta @historiadicta en 2019, y la comunidad de seguidores fue creciendo orgánicamente. Hoy la siguen más de 35 mil personas.
“A veces la sociedad nos sorprende, los relatos más pesimistas prevalecen: ‘en Chile no se lee’, ‘a la gente no le interesa’. Pero no es tan así”.

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En su cuenta también aborda temas de género, sexualidad, minorías, migración e identidad, bien instalados en la generación millennial. Seis años después, tras estallido social, pandemia, varias elecciones y dos procesos constituyentes fallidos, la temperatura frente a algunas de estas temáticas ha cambiado.

“Partí haciendo clases a personas de mí misma generación, tenía 28 años y mis alumnos 23. Eso cambió. Ahora mis estudiantes son Generación Z y estos temas son muchisimo más difíciles de tratar que antes, pero he aprendido herramientas para entregar el mismo contenido sin generar resistencia. A los 28 años no podría haber hecho una capacitación de género en una empresa tradicional. Hoy es algo que hago y disfruto”, admite.

En enero de 2020 partió a estudiar un doctorado en Herencia cultural en la Universidad de Birmingham, Inglaterra. Dos meses después, al llegar la pandemia, muchos de los alumnos extranjeros debieron abandonar el campus universitario que pasó a convertirse en hospital público. Como en Chile se impusieron medidas restrictivas para viajar, la decisión fue volverse y completar sus estudios desde aquí. Su título de doctorado fue una investigación sobre la vida del migrante contemporáneo en nuestro país. Casi cinco años después, en diciembre de 2024, viajó a la ceremonia de titulación junto a su marido y su hija.

Actualmente está esperando su segundo hijo, pero la maternidad biológica no le fue fácil y tuvo que someterse a tratamientos de fertilización que también compartió a través de @historiadicta. “Eso lo hice meramente por algo personal, al encontrarme en esa situación, darme cuenta de lo tabú que era y lo sola que me sentía, quise contarlo. Fue una vía de apoyo exponerlo ahí”.

Vida a las víctimas true crime
“Me encanta el género del crimen real o true crime. Es adictivo. Cada serie, documental, podcast o libro que sale, lo consumo”. Leyó un estudio que indica que la audiencia mayoritaria de este contenido era femenina y le llamó la atención, porque en general esas historias no tienen perspectiva de género. “El foco no está puesto en las mujeres víctimas, sino que en el asesino. Pensé ‘qué ganas de escribir un crimen real que le dé una mirada más dignificante las víctimas’”. Se inspiró en la historiadora inglesa Hallie Rubenhold que escribió sobre las víctimas del famoso asesino Jack el Destripador dándoles identidad y despejando el mito de que todas ellas eran trabajadoras sexuales. “Eso lo encontré interesante, escribir sobre crímenes, pero de manera edificante”, apunta.

Una de las ideas que Vial apunta es la noción de la “víctima perfecta”. Es decir, cómo a las mujeres se les pide que no caigan en conductas que luego las hagan responsables de su desgracia o que imposibiliten su búsqueda. “Inconscientemente las madres y los padres lo hacen mucho en un afán de protección. Uno socializa a las niñas para que sean “víctimas perfectas”. ‘No vayas a tomar micro con falda muy corta’. Es una herramienta de supervivencia, porque el juicio posterior es muy duro con las víctimas. Si una adolescente desaparece el punto de partida es ‘¿qué estaba haciendo?’, ‘¿por qué estaba afuera de su casa a esa hora?’”, ejemplifica.

Las redes y sus bemoles
– En los comentarios de Instagram algunos te tildan de woke. ¿Cómo te tomas ese apelativo?
– El apelativo con connotación peyorativa lo siento injusto, pero a la vez certero en el sentido de que sí me importan cosas que otras personas consideran pequeñas. Creo que el mundo tiene grandes conflictos de clase definitorios en tu desarrollo como ser humano. Pienso que sí importa dónde naces, de qué color naces, si naces hombre o mujer. Y no creo que sea imposible -aunque sí para mentes rígidas- intentar dialogar entre esas cosas. Lo que me parece tremendamente conservador y una estrategia muy falaz, es pensar que no se puede hablar de ciertas cosas. Efectivamente hay problemas que no son prioridad en Chile, pongámosle el veganismo, pero no botemos a la basura la discusión del cambio climático. Tiendo a ser más matizada en las conversaciones. Es muy fácil llegar y decir “todo lo que estás planteando es una nimiedad”.

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– Es decir, preocuparse del lenguaje inclusivo y de los femicidios no es excluyente.
– Lo que digo es: por lo menos conversemos de por qué hay gente que quiere usar lenguaje inclusivo. Me parece interesante escuchar a una niña de 15 años que dice sentirse mal cuando no utilizan bien su pronombre. Esa no era una discusión de mi generación. Cuando un alumno me pide que use otro pronombre, a mí no me cuesta nada, es un pequeño ejercicio de memoria. Me parece poco acertado cerrar todas las conversaciones porque sí.

Uno de sus videos más vistos y comentados es uno donde plantea que para muchas mujeres resulta conveniente contraer matrimonio bajo el régimen de sociedad conyugal por sobre la separación de bienes. “Jamás pensé que sería tan polémico. Surgió porque alguien me preguntó por mi régimen y respondí que había elegido casarme con sociedad conyugal y surgió una ola de comentarios tipo: ‘¿cómo si eres feminista?’”.

Entonces Ximena subió una publicación explicando las razones tras su decisión, donde también se refiere al feminismo blanco que asume causas desde el privilegio sin dimensionar que existen mujeres con realidades muy distintas a las suyas. “Creo que es primordial entender que el 70% de quienes viven bajo el nivel de pobreza, son mujeres. Ojalá las mujeres tomen sus decisiones desde un lugar informado, pero en general no hay mucho cuestionamiento. Por eso me gusta que se generen debates de ese tipo”.

– En tu contenido compartes también parte de tu cotidianidad. ¿No te conflictúa que la gente sepa tanto de ti?
– Sí, todo el tiempo me genera contradicciones. Soy agradecida porque no me ha tocado ninguna situación desmoralizante como a otras personas en redes sociales. Pero entiendo que estoy hablando desde un lugar que tiene que ver con la moral o con la ética, y como humana fallo todo el tiempo. La exposición pública revela tus inconsistencias. Decir que el azúcar hace mal y al video siguiente aparecer comiendo helado. Pero no tengo la capacidad de concentración para mantenerme consistente ni ser falsa, entonces me muestro auténtica. Tiene sus cosas buenas, pero me produce un cuestionamiento sobre si va en detrimento para mi familia.

Relata que cuando se le acerca algún seguidor en la calle, generalmente se trata de personas amables. El problema a veces se produce con gente más cercana. “Ahí se genera un efecto disonante porque en las redes sociales muestro el 20% de lo que soy. Las personas más cercanas te conocen en un 80% o 90%, entonces te encaran o se pueden ofender por algún comentario. Eso me cuesta más asumirlo”.

– Tu contenido abarca desde Historia o temas legales, hasta la dificultad para dar con la talla de sostén correcta, ¿no temes desperfilarte?
– Nunca ha sido mi objetivo ser influencer. Mis números de engagement son súper altos, pero más allá de un par de casos específicos, no tengo marcas que me paguen por contenido. No soy tan cuidadosa como para armar un personaje. Hay gente que vive de eso y lo respeto, pero mi contenido es totalmente libre. Incluyo estas conductas femeninas (como la cocina, el maquillaje, el shopping) -que no son femeninas por biología, sino por cómo nos socializaron- porque creo que se mal entiende que para ser una mujer inteligente hay que cortarlas. “¿Si eres doctora en Historia qué haces cocinando un queque?”, “¿Si eres feminista por qué te gusta el reggaetón?” Son cosas que me cuestionan, pero no voy a fingir que no me gustan. Odio la palabra multitasking, por la presión que implica, pero eso me entretiene, me agrada y me libera.

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– ¿Sientes ese tipo de juicio entre tus pares historiadores y académicos?
– Puede que sí, pero nunca ha sido nada explícito, entonces me lo puedo estar imaginando. En la academia la divulgación es considerada un trabajo de tercera o cuarta categoría, antes viene la investigación y publicación. Pero a mí lo que más me gusta es hacer clases y el trabajo en redes sociales, incluso disfruto ir a una empresa a hacer una capacitación. Puede ser que en la academia eso me desperfile, la expectativa de una persona que tiene un doctorado es que avance en otra dirección.

– ¿Te afecta ese deber ser?
– Sí, pero para eso uno va a terapia. Me importa porque soy matea, quiero que me vaya bien. Pero al mismo tiempo digo “ya no fui Einstein”, entonces hay que tratar de no tomarse tan en serio, algo que es difícil de hacer.

– ¿Dónde te sitúas en la discusión historiadores versus autores bestsellers tipo Baradit, Francisco Ortega o Francisca Solar?
– Es una gran polémica. A mí me parece que es otro oficio, no lo juzgo ni me produce rechazo, al revés. Francisco Ortega y la Fran Solar me parecen geniales, admiro su capacidad creativa de ficcionar sucesos. Pero es distinto al trabajo del historiador. Yo en general estoy pegada meses en archivos judiciales con una lupa en el ojo para hacer una publicación en una revista de especialidad que leen tres personas. Eso para avanzar en mi carrera académica. Entonces, en buen chileno encuentro muy chaquetero atacarlos porque ellos hablan desde lo narrativo, desde lo literario. A mí no me cautivó Eric Hobsbawm, por decir un historiador, a mí me capturó Bárbara Wood.

Feminista y punto
Su primer libro fue Cuando conocí a Nemesio Antúnez (2019). Un proyecto que inició porque su madre artista, Ximena Lecaros, es parte del Taller 99 fundado por el exdirector del MNBA. “Fue definitorio en mi vida. Son 25 entrevistas a personas que lo conocieron. Una investigación larga, de cinco años, pero una experiencia intelectual y emocional increíble. Una de las personas que pude entrevistar fue a Ricardo Lagos, una oportunidad única, también a artistas que transformaron Chile y que ya murieron como Roser Bru e Irene Domínguez. También fue especial acercarme a mi mamá como artista. Fue muy enriquecedor para mí”, comparte la historiadora.

En su segundo título, Diosas de lo íntimo (2021), entrevistó a una serie diversa de mujeres. Mirando hacia adelante hay un proyecto literario que la entusiasma y es escribir un libro sobre la historia de las brujas en Chile. Comenta que en el siglo XVIII hubo juicios de inquisición en nuestro país y que los condenados eran enviados a una pira en Perú. En esa historia le gustaría indagar, también con foco en las mujeres.

– ¿Hoy te cuesta definirte como feminista a secas? ¿Le buscas apellido?
– No me cuesta nada porque vengo de una familia de feministas. Yo no fui la primera ni seré la última, espero. Incluso en los años ‘90 cuando ese tema no se tocaba mucho, mi abuela decía “Soy feminista, y te voy a explicar por qué”. A los 15 años me regaló un libro de Simone de Beauvoir. Entonces no me complica ser feminista y punto. Tengo varias críticas, pero eso no me quita lo feminista. A veces me encantaría explicar de qué se trata la perspectiva de género para que resulte menos amenazante, porque no tendría por qué serlo.

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